"La gente afectada por la DANA se ha acostumbrado, pero sabiendo que cada día se ve un poco más clara la luz de la normalidad"
La directora de 'La Tarde' analiza cómo, un mes después, ha cambiado la vida de tantos vecinos que se han visto afectados por el paso de la DANA
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Si miras el calendario, ha pasado un mes de una de las peores catástrofes de la historia de España. La DANA torrencial, devastadora, que afectó a 75 municipios de Valencia, a Letur en Albacete e incluso localidades de la provincia de Málaga.
Han pasado las semanas, los días, y las horas, pero la realidad es que la DANA no ha pasado. Sigue muy presente, como una cicatriz sin cerrar, en la vida de casi 900.000 ciudadanos de la Huerta sur de Valencia. Aunque nos estés escuchando desde cualquier punto de España, los nombres seguro que ya te suenan: Paiporta, Alfalfar, Catarroja, Massanassa, Aldaya, Benetusser, Utiel y un largo etcétera.
Es dolorosamente más larga la lista de fallecidos. 222 víctimas mortales y todavía, a día de hoy, 4 personas continúan desaparecidas.
Podría lanzar en estos minutos una catarata de datos para evidenciar los daños que ha dejado la DANA, económicos, sociales o personales, pero es un día para centrarse en algo difícil de cuantificar: los sentimientos.
Toda esta gente ha pasado en un mes del asombro y el shock de las primeras horas, al cansancio y la indignación del día de hoy. Y de por medio tristeza, preocupación y agradecimiento hacia los miles de voluntarios de toda España que han acudido y acuden a prestar la ayuda que pueden.
Todo eso se concentra como si fuera la esencia de un perfume que evoca la tragedia y lo impregna todo. Y las ayudas económicas se prometen a espuertas, sí, pero llegan con cuenta gotas. Si es que llegan.
Y entre trámites y papeleos, la vida continúa día a día. Aunque la mayoría de calles son ya transitables, sigue oliendo a humedad y a lodo, ahora en forma de polvo. La gente se ha acostumbrado, a la fuerza, pero sabiendo que cada día se ve un poco más clara la luz de la normalidad. Incluso ese instinto de supervivencia deja lugar a la imaginación.
Manuel vio anoche, en la tele, cómo iluminaban las luces de Navidad en Madrid y sintió la necesidad de hacer algo. Bajó al parque que tiene debajo de casa, en Catarroja, y con sus manos ha dejado moldeado un “muñeco de nieve”. No es un muñeco normal, aunque tiene su zanahoria como nariz y su gorro de Papá Noel. Pero es de barro y todo lo que lleva como atuendo tiene un sentido muy claro.
Son, precisamente, este tipo de cosas las que garantizan que toda esta gente saldrá adelante. Te hablaba antes de un cúmulo de sentimientos que se agolpan al cabo de un mes. Pues hay uno más, y es quizás el más importante: la esperanza.