No tiene prisa en cortar la cizaña
Escucha la Firma de José Luis Restán del jueves 30 de enero
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Se asombraba con un punto de amargura el teólogo Henri de Lubac de que la mala hierba de la desconfianza y la agresividad crezca con tanta facilidad en la buena tierra de la Iglesia. Él lo había sufrido especialmente, y la paradoja es que, cuanto más arreciaba ese veneno contra él, más profunda y preciosa se hizo su “meditación sobre la Iglesia”, título de un libro que nunca envejece, al contrario. También otro gran teólogo al que aprecio especialmente, John Henry Newman, hoy ya santo, vivió el dolor de sentir la desconfianza de sus hermanos, más aún, la maledicencia, precisamente él que lo había arriesgado todo para entrar humildemente en el hogar de la Iglesia. Fue tan duro el acoso que en una carta llegó a reconocer que no tenía ninguna oportunidad ante las autoridades romanas, hasta tal punto marcadas por las acusaciones contra él. Llegó a pensar que sólo tras su muerte se aclararía la limpieza de su caminar católico. Por fortuna, Newman se equivocó esa vez, y el propio Papa León XIII reivindicó su vida y su obra con un gesto completamente fuera de las previsiones, nombrándolo cardenal. Y algunos sufrieron atragantamiento.
Con mucha razón el Papa Francisco repite que hay una murmuración y un charloteo que matan. Y cuando se da dentro de la propia comunidad eclesial, más aún, con la supuesta intención de limpiar la Iglesia (o de salvarla) resulta todavía más atroz, además de grotesco. Está claro que el Señor permite este sufrimiento, lo cual nos resulta misterioso, y también resulta más misterioso todavía que algunos, como De Lubac y Newman, crecieran en profundidad y en amor a la madre Iglesia a través de esa dura circunstancia. También en el campo de trigo, donde nunca dejarán de florecer los santos, crece a veces la cizaña, pero el Señor no tiene prisa por cortarla. Siempre nos descoloca.