"Un discurso para escuchar en Europa"

En su discurso a las autoridades y a la sociedad civil de Papúa-Nueva Guinea, el Papa ha dicho algo que permite comprender el malestar de muchas sociedades desarrolladas. Después de subrayar la necesidad de instituciones estables, de grandes consensos sociales y de servicios públicos que promuevan el bienestar de todos, cuestiones que no son poca cosa, desde luego, Francisco ha observado que, “aunque a veces lo olvidamos, el ser humano, además de lo indispensable para vivir, necesita tener una gran esperanza en el corazón que lo ayude a vivir bien, le dé el gusto y la fortaleza para acometer proyectos de amplio alcance y le permita elevar la mirada hacia lo alto y hacia horizontes más extensos”. 

Eso no lo asegura una buena política (¡tan necesaria!), ni las instituciones ni las infraestructuras, que ojalá las tuvieran todos los países como las tenemos, por ejemplo, en Europa.

Francisco ha observado que la abundancia de bienes materiales no es suficiente para dar vida a una sociedad serena, trabajadora y alegre. Por el contrario, “la aridez del corazón le hace perder el rumbo y olvidar la recta escala de valores, le quita impulso y la bloquea, hasta el punto de que pierde la esperanza en el porvenir y no encuentra las razones para transmitir la vida”. ¿No es esta una radiografía de lo que nos pasa?

El Papa ha exhortado vivamente a los cristianos a no reducir la fe a una observancia de ritos y preceptos. 

La fe consiste en amar y seguir a Jesucristo, y debe “convertirse en cultura vivida”, inspirando las acciones y siendo un faro de luz que ilumina el camino. Y así, sin ninguna imposición, “la fe podrá ayudar a la sociedad entera a crecer y encontrar soluciones buenas y eficaces a sus grandes desafíos”. Una perspectiva sobre la laicidad positiva que debería escucharse en Madrid o en París, no solo en Port Moresby.