Una victoria distina

La victoria de Cristo en la historia no radica en que el mal desaparezca, sino en que no conseguirá nunca suprimir al pueblo cristiano

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Es frecuente que nos empeñemos en medir la eficacia y los frutos de la presencia cristiana con parámetros de naturaleza empresarial o sociológico-política que no funcionan. En lugares como Tierra Santa y Venezuela, que sufren la violencia y la injusticia de un modo especialmente hiriente, la voz y la presencia de la Iglesia pueden parecer en primera instancia la expresión de una impotencia. 

Sin embargo, escuchar al Patriarca de Jerusalén, Pierbattista Pizzaballa, sirve para comprender el drama de Tierra Santa más que el torrente de palabras que se vierten cada día sobre este asunto. Como él mismo ha dicho, “la presencia de los cristianos introduce dentro de ese berenjenal introduce un elemento diferencial que obliga a pensar más allá de los tópicos y relatos ya conocidos”. 

Algo similar he sentido al escuchar a los obispos de Venezuela en medio de la impotencia que atenaza a todos ante la dura represión desatada por el régimen tras el pufo electoral. Los obispos no son actores políticos pero su palabra, sus indicaciones al pueblo, sí tienen una dimensión histórica que permite sostener la esperanza y alzar la mirada. Esa palabra se encarna en la experiencia diaria de muchas comunidades, grandes o pequeñas, que no se rinden ni a la violencia ni al desánimo. 

He pensado en todo esto durante una intensa peregrinación a Polonia para recorrer los lugares de San Juan Pablo II y la geografía espiritual realmente única de esa nación. Tampoco allí, en muchas ocasiones, la palabra y la presencia de la Iglesia se podían traducir inmediatamente en soluciones históricas de justicia y libertad. 

Pero el hecho de que la Iglesia haya dicho la verdad del hombre y haya ofrecido cohesión y esperanza a la sociedad, tiene mucho que ver con que los dramas encadenados de su historia no hayan convertido a ese pueblo en cínico ni escéptico. Ciertamente, la victoria de Cristo en la historia no radica en que el mal desaparezca, sino en que no conseguirá nunca suprimir al pueblo cristiano y la novedad que sigue llevando a nuestro mundo.