Ella trabajaba con la Gracia

José Luis Restán reflexiona sobre el documental "Madre Teresa, no hay amor más grande"

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Ella trabajaba con la Gracia

José Luis Restán

Publicado el - Actualizado

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Ayer disfruté en el cine del documental “Madre Teresa, no hay amor más grande”. Casi al final, un periodista pregunta a Madre Teresa si cuando ella muera su obra perdurará, y ella contesta con una sonrisa: “claro, no soy yo quien la hace, es el trabajo de Dios”. Es la única clave que permite explicar una historia literalmente increíble, en la que se hace transparente aquella paradoja de San Pablo: “cuando soy débil, entonces soy fuerte”.

Ningún análisis puede alumbrar el río de la caridad que ha brotado y sigue brotando de aquella mujer frágil y menuda que comenzó recorriendo los callejones más hediondos de Calcuta para llevar a los moribundos a un lugar donde pudiesen morir como reyes, es decir, como hijos de Dios. Un acierto especial de la película es intercalar la narración biográfica con las escenas del presente de las Misioneras de la Caridad en los lugares más dramáticos de la tierra. Las monjas que van apareciendo tienen fisonomías muy diversas de raza y cultura, pero a través de cada una, con diversos acentos, habla la Madre, habla el Evangelio con una fuerza que se impone a cualquier dificultad. Eso no se consigue mediante normas ni cursillos, es el fruto de una Gracia que se comunica y se acoge. “Ella trabajaba con la Gracia”, dice en un momento de la película uno de tantos testigos de su obra. No sé si la formulación es teológicamente perfecta, pero indica con claridad el secreto de su historia.

Una de las escenas nos lleva hasta el Bronx, donde una misionera, la primera afroamericana de la Orden, está en pie frente a frente con una hilera de personas sin hogar, heridas, sucias, demacradas… Tras entregarles una bolsa con ayuda, les impone las manos sobre la cabeza y les habla con una mezcla de dulzura y convicción… (tantas veces no sabemos qué decir al que sufre a nuestro lado), les comunica lo más elemental, que Dios los ama, que son preciosos a sus ojos. Y el espectador entiende que esas personas, con lágrimas en los ojos, saben que se han encontrado con Él.

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