El arte sinfónico de la sinodalidad

El periodista y profesor Mario Alcudia reflexiona sobre la llamada del Papa a la misericordia al arrancar la última etapa del Sínodo

El Papa inaugura los trabajos del Sínodo en su etapa final
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Redacción Religión

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Estamos inmersos ya en los trabajos de la segunda sesión de la 16 Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos que arrancaba el lunes con una Vigilia penitencial en la que el Papa decía que somos mendigos de la misericordia del Padre.

En el transcurso de esta celebración el Papa escuchó los testimonios de un superviviente de abusos sexuales, de una voluntaria comprometida en la acogida de migrantes y de una religiosa siria que relató el drama de la guerra. Hechos ante los que Francisco manifestó su vergüenza por los pecados cometidos por la Iglesia y pidió perdón a las víctimas.

Otro gesto significativo fue la petición de perdón por los pecados, como el publicano, con los ojos bajos y avergonzados; y es que la curación de la herida, decía, comienza por su confesión. Así, siete cardenales pidieron perdón, entre otros motivos, por los pecados contra la paz o contra la doctrina o por el pecado de los abusos, entre otros. Y es que decía el Santo Padre que “la Iglesia es siempre la Iglesia de los pobres de espíritu y de los pecadores que buscan el perdón, y no sólo de los justos y de los santos.” Se trata de restaurar el rostro de Dios que hemos desfigurado por nuestra infidelidad y para ello, pedía romper con el orgullo y la hipocresía, un arrepentimiento sincero para una conversión.

Nos recuerda Francisco que es imposible pretender caminar juntos sin recibir y dar ese perdón que restablece la comunión en Cristo; no podemos perseguir una felicidad pagada con el precio de la infelicidad de nuestros hermanos y hermanas.

Como decía el Papa en la inauguración al día siguiente, se trata de escuchar, discernir la voz de Dios, liberarse de todo lo que impide crear armonía en la diversidad.

Para dar testimonio del Señor bien sabemos que hemos de ser testigos creíbles. Y el único modo de estar a la altura de la tarea que se nos confía es abajarse, hacerse pequeños y acogernos mutuamente, con humildad. Solo así podremos, como nos pide el Sínodo, caminar juntos en la unidad, anunciando la Buena Nueva como portadores de una Iglesia fiel a la lógica del Reino de Dios.

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