"El motín de Paiporta no fue un calentón de un día, y su fuga cobarde solo ha empeorado su imagen"
El codirector de 'Mediodía COPE' habla en su monólogo de la marcha de Pedro Sánchez tras los disturbios en el municipio afectado por las fuertes riadas
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En España hay muchos tuertos que viven muy cómodos mirando la realidad por un solo ojo: el izquierdo o el derecho. Si eres un tuerto de derechas dirás que toda la culpa de la riada mortal que no fue advertida a tiempo es de Pedro Sánchez. Y si eres un tuerto de izquierdas dirás que toda la culpa es de Carlos Mazón.
Pero ambos juicios son incompletos. Porque hoy sabemos ya lo suficiente para repartir las culpas entre Moncloa y la Generalitat. Ambos fallaron, ambos fueron incompetentes, ambos cayeron en el cálculo político mientras la gente lo perdía todo. Incluida la vida.
La reconstrucción minuto a minuto de lo que pasó en las primeras horas de la catástrofe nos obliga a exigir responsabilidades políticas de manera transversal: a unos y a otros, a la Generalitat de Mazón y al Gobierno de Pedro Sánchez.
Mazón es el responsable de no haber reconocido desde el primer momento que la magnitud de esta dana le superaba, como habría superado a cualquier otro barón autonómico; es responsable de haber reaccionado tarde y de no conocer bien los mecanismos de alerta como ha reconocida su consellera de Interior, Salomé Pradas. Es decir, a Mazón le faltó humildad para reconocer que estaba desbordado y le faltó también criterio para organizar un operativo de emergencia con perfiles más eficaces.
En cuanto a Sánchez, los valencianos no van a dejar que se vaya de rositas de todo esto. Yo he visto esta semana varias pintadas con su nombre en las calles de Valencia, y no eran precisamente elogios. El motín de Paiporta no fue un calentón de un día, y su fuga cobarde solo ha empeorado su imagen. Los valencianos saben que Sánchez, igual que hizo en la pandemia, antepuso el cálculo partidista a la intervención rápida que podría haber salvado vidas.
Primero falló Teresa Ribera, más pendiente quizá de su nombramiento como vicepresidenta europea: fue su ministerio el que se desentendió de la crecida en el barranco del Poyo, que fue la que anegó los pueblos, porque estaba mirando hacia otro lado: hacia la presa de Forata, que sí resistió. Mazón se fue a esa comida privada de trabajo porque el jefe de la Aemet había dicho que el temporal se desplazaría al norte y la situación en Valencia sería más benigna. Así que aquí hay para todos. Y el presidente del Gobierno reveló su sucia estrategia dilatoria con aquello de “si necesitan ayuda que la pidan”. Cuando él tenía y tiene el mando del Ejército desde el minuto uno.
Lo asombroso del asunto, lo paradójico es que hoy Sánchez tiene más confianza en Mazón que el propio Feijóo. El jefe de la oposición ha pedido la emergencia nacional varias veces, que daría el mando decisorio a Moncloa, porque ve desbordado a su barón valenciano. Sánchez sigue teniendo en su mano tomar el control de la autonomía -recordemos que ya impuso el cierre unilateral de Madrid durante la pandemia para perjudicar a Ayuso-, pero prefiere que este marrón se lo coma Mazón. Sánchez no quiere quemarse en la gestión más difícil de todas, que es la que ahora empieza, que es la de la reconstrucción. Solo por eso Moncloa ha perdido el
derecho a criticar a la Generalitat valenciana. Pero como siempre en él, lo está haciendo de forma indirecta, filtrando documentos y ordenando el ataque a través de campañas en redes y a través de sus terminales mediáticas.
Y hablando de medios. Llevo muchos días leyendo y oyendo opiniones de tertulianos y columnistas de todo tipo. Entre los opinadores del centroderecha no he visto prácticamente a nadie defendiendo a Mazón. Se sienten libres para criticar a Sánchez y también al barón del PP.
Ese esfuerzo de ecuanimidad contrasta con el alineamiento de los opinadores de izquierdas: todos o casi todos salen a toque de corneta para intentar salvarle la cara a Pedro, si hace falta replicando el bulo de Ferraz de que fue la extrema derecha organizada la que atacó a Pedro en Paiporta. Luego se sorprenden de que la gente, aquí y en Estados Unidos, siga cada vez menos las consignas del progresismo.