AUDIENCIA DEL MIÉRCOLES, 21 DE JUNIO DE 2017
Francisco pide la protección del Sagrado Corazón y recuerda a los refugiados
Miles de peregrinos han acudido esta mediodía a la audiencia del Papa Francisco en este miércoles, de la XI Semana del Tiempo Ordinario, festividad de San Luis Gonzaga. Durante la catequesis el Pontífice ha reflexionado sobre la oración prebautismal antes de ser ungidos con el öleo de los catecúmenos donde se habla de la lucha entre el bien y el mal:
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Hermanos: “Porque Dios nos tenía reservado algo mejor, y no quiso que ellos llegaran a la perfección sin nosotros. Y por tanto nosotros, rodeados de una multitud tal de testigos, y habiendo dejado atrás todo el lastre y el pecado que nos asedia, fijemos la mirada en el iniciador y consumador de nuestra fe, en Jesús, el que da origen a la fe y la porta a su cumplimiento”. (Hebreos 11, 40, 12,2)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El día de nuestro bautismo, se repite para nosotros la invocación a los santos. Muchos de nosotros en ese momento éramos niños en los brazos de nuestros padres. Poco antes de recibir el óleo de la unción bautismal como catecúmenos, símbolo de la fuerza de Dios en la lucha contra el mal, el sacerdote invita a toda la asamblea a rezar por aquellos que están a punto de recibir el bautismo, invocando la intercesión de los santos. Esta es la primera vez que en el curso de nuestra vida, se nos regala la presencia de los hermanos y hermanas “mayores”- los santos-, que han pasado por nuestro mismo camino, que han vivido nuestras mismas fatigas, y viven para siempre en el abrazo de Dios. La Carta a los Hebreos define esta compañía que nos rodea, con la expresión “multitud de testigos”.(12,1) Así son los santos: una multitud de testigos .
Los cristianos en el combate contra el mal, no desesperan. El cristianismo cultiva una confianza inquebrantable: no cree que las fuerzas negativas y disgregantes puedan prevalecer. La última palabra sobre la historia del hombre, no es el odio, no es la muerte, no es la guerra. En cada momento de la vida nos asiste la mano de Dios, y también la discreta presencia de todos los creyentes que “ nos han precedido con el signo de la fe” (Canon Romano). Su existencia nos demuestra sobre todo que la vida cristiana no es un ideal inalcanzable. Y además nos conforta: no estamos solos, la Iglesia está compuesta de innumerables hermanos, a menudo anónimos, que nos han precedido y que por la acción del Espíritu Santo están involucrados en las vivencias de los que todavía viven aquí abajo.
La del bautismo, no es la única invocación a los santos que marca el camino de la vida cristiana. Cuando los novios consagran su amor en el sacramento del Matrimonio, viene invocada de nuevo para ellos- en esta ocasión como pareja- la intercesión de los santos. Y esta invocación es fuente de confianza para los dos jóvenes que parten hacia el “viaje” de la vida conyugal. Quien ama de verdad tiene la necesidad y el valor de decir “para siempre”, - para siempre- ,pero también sabe que necesita de la gracia de Cristo y de la ayuda de los santos, para poder vivir la vida matrimonial para siempre. No como dicen algunos: “ mientras dure el amor”. No: ¡para siempre!. Si no, es mejor que no te cases. O para siempre o nada. Por esto, en la liturgia nupcial, se invoca la presencia de los santos. Y en los momentos difíciles, hace falta el valor para alzar los ojos al cielo, pensando en tantos cristianos que han pasado por tribulaciones y han conservado blancos sus vestidos bautismales, lavándolos en la sangre del Cordero (Ap. 7,14). Así dice el Libro del Apocalipsis.
Dios no nos abandona nunca: cada vez que le necesitemos, vendrá un ángel suyo a levantarnos y a infundirnos su consuelo. “Ángeles” que algunas veces tienen un rostro y un corazón humano, porque los santos de Dios están siempre aquí, escondidos en medio de nosotros. Esto es difícil de entender y también de imaginar, pero los santos están presentes en nuestra vida. Y cuando alguien invoca a un santo o santa, es porque está cerca de él.
También los sacerdotes custodian el recuerdo de una invocación a los santos pronunciada sobre ellos. Es uno de los momentos más conmovedores de la liturgia de ordenación. Los candidatos se echan a tierra, con la cara vuelta hacia el suelo. Y toda la asamblea, guiada por el Obispo, invoca la intercesión de los santos. Un hombre, que permanece aplastado por el peso de la misión que se le confía, pero que al mismo tiempo siente todo el paraíso en sus espaldas, que la gracia de Dios no faltará, porque Jesús permanece siempre fiel, y por tanto se puede partir serenos y llenos de ánimo. No estamos solos.
¿Y qué somos nosotros?. Somos polvo que aspira al cielo. Débiles en nuestras fuerzas, pero potente el misterio de la gracia que está presente en la vida de los cristianos. Somos fieles a esta tierra, que Jesús ha amado en cada instante de su vida, pero sabemos y queremos esperar en la transfiguración del mundo, en su cumplimiento definitivo, donde finalmente no habrá más lágrimas, ni maldad ni sufrimiento.
Que el Señor nos de a todos la esperanza de ser santos. Pero alguno puede preguntarme: “Padre, ¿se puede ser santo en la vida de todos los días? Si, si se puede.” ¿Pero esto significa que debemos rezar todo el día?” No, significa que debes cumplir con tu deber todo el día: rezar, ir a trabajar, cuidar de tus hijos. Pero todo hecho desde el corazón abierto a Dios, de manera que el trabajo, también en la enfermedad y el sufrimiento, y en las dificultades; esté abierto a Dios. Y así podemos hacernos santos. Que el Señor nos de la esperanza de ser santos. No pensemos que es una cosa difícil, ¡que es más fácil ser delincuente que santo! No. Podemos ser santos porque el Señor nos ayuda; es Él quien nos ayuda.
Es el gran regalo que cada uno de nosotros puede devolver al mundo. Que el Señor nos de la gracia de creer tan profundamente en Él, que podamos volvernos imagen de Cristo en este mundo. Nuestra historia necesita “místicos”. Tiene necesidad de personas que rechazan todo dominio, que aspiran a la caridad y a la fraternidad. Hombres y mujeres que viven aceptando también una porción de sufrimiento, porque se hacen cargo de la fatiga de los demás. Y sin estos hombres y mujeres el mundo no tendría esperanza. Por esto les deseo – y deseo también para mi mismo- que el Señor nos conceda la esperanza de ser santos.
¡Gracias!
Posteriormente el Pontífice ha resumido sus palabras en los principales idiomas, en los que también ha saludado con un recuerdo a la Solemnidad del Corazón de Jesús el próximo viernes y la toma de conciencia por los refugiados:
«Nuevas normas para la promoción del regular permiso de permanencia y de la inclusión social y laboral de ciudadanos extranjeros no comunitarios», es la ley de iniciativa popular, promovida en Italia, por una campaña, a la que se refirió el Papa Francisco, antes de terminar su audiencia general, recordando el Día Mundial de la ONU para los Refugiados, que se celebra el 20 de junio y que ya había recordado el domingo:
«En ocasión de la celebración de la Jornada Mundial del Refugiado, el lunes pasado, he querido encontrar a una representación de refugiados, hospedados por parroquias e institutos religiosos romanos.
Quisiera tomar esta ocasión de la Jornada de ayer, para expresar mi sincero aprecio por la campaña para una nueva ley migratoria: ‘Era extranjero – La humanidad que hace bien’, la cual goza del apoyo oficial de Caritas italiana, de la Fundación Migrantes y de otras organizaciones católicas»
Faltando ya pocos días para la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús de 2017, el Papa Francisco culminó su audiencia general recordando también la Jornada mundial de oración por la santificación de los sacerdotes, que se celebra ese mismo día, como instituyó San Juan Pablo II.
Y lo hizo dirigiendo un especial aliento a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados:
«El próximo viernes celebramos la Solemnidad de Sacratísimo Corazón de Jesús, día en el que la Iglesia sostiene con la oración y cariño a todos los sacerdotes.
Queridos jóvenes, en el Corazón de Jesús, manantial de vuestra esperanza tomen el alimento de vuestra vida espiritual; queridos enfermos, ofrezcan su sufrimiento al Señor, para que derrame su amor en el corazón de los hombres; y ustedes, queridos recién casados, participen en la Eucaristía, para que, alimentados de Cristo, sean familias cristianas tocadas por el amor de aquel Corazón divino»
Que la compañía de los Santos nos ayude a reconocer que Dios nunca nos abandona, para testimoniar la esperanza en esta tierra
Fue el deseo del Papa en sus palabras de bienvenida, saludo y bendición a los peregrinos de tantas partes del mundo, haciendo hincapié en la invitación a la santidad que el Señor dirige a su pueblo.
Y alentando a acoger la invitación del Señor con prontitud, poniéndonos al servicio los unos de los otros, de modo concreto en la vida de cada día, dejándonos guiar por el Espíritu Santo, el Obispo de Roma reiteró que los Santos nos alientan a confiar en Jesucristo, amigo que nunca defrauda. Como dijo en su bienvenida a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los provenientes de Oriente Medio:
«Queridos hermanos y hermanas, los Santos son personas que antes de alcanzar la gloria del cielo han vivido una vida normal, con alegrías y dolores, fatigas y esperanzas, pero cuando han conocido el amor de Dios, lo han seguido con todo su corazón, ellos nos dan un mensaje y nos dicen: ‘¡confíen en el Señor, porque el Señor no defrauda nunca! Es un buen amigo siempre a nuestro lado’. Y con su testimonio, los santos nos alientan a no temer el ir contracorriente».
Tras recordar que el mundo tiene necesidad de santos y que todos nosotros, sin excepción, estamos llamados a la santidad, el Papa alentó a invocar la ayuda de aquellos que ya están en cielo, para dejarnos transformar por la gracia misericordiosa de Dios que es más poderoso que cualquier pecado.
Aliento y bienvenida que dirigió cordialmente a los peregrinos polacos:
«Queridos hermanos y hermanas, en nuestro camino de fe, sobre todo en los momentos difíciles, es necesario elevar la mirada al cielo, pensando en los santos que, en la tierra, han vivido sus cotidianas alegrías y tribulaciones junto a Cristo y ahora viven con Él en la gloria del Padre celeste. Ellos son para nosotros testigos de esperanza, nos dan ejemplo de vida cristiana y nos sostienen en nuestra aspiración a la santidad. Que su intercesión los acompañe siempre».
Por último ha rezado el Padrenuestro y ha impartido al Bnedición Apostólica especialmente para enfermos impedidos.