Carta del obispo de Huesca y Jaca: «Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo»

En su escrito de este semana Julián Ruiz Martorell nos recuerda que en la Virgen del Carmen vemos un modelo de oración, contemplación y dedicación a Dios

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Redacción digital

Madrid - Publicado el

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En el siglo XII, algunos eremitas se retiraron al Monte Carmelo, con san Simón Stock. La Virgen María prometió a este santo un auxilio especial en la hora de la muerte a los miembros de la orden carmelitana y a cuantos participaran de su patrocinio llevando su escapulario.

Los Carmelitas, conocidos por su profunda devoción a la Virgen María, interpretaron la nube de la visión de Elías (1 Re 18,44) como un símbolo de la Virgen.

“Te suplicamos, Señor, que nos ayude la admirable intercesión de la gloriosa Virgen María, para que, protegidos por su ayuda, consigamos llegar hasta el monte que es Cristo”. Estas palabras de la oración colecta de la conmemoración de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo expresan el significado de esta extendida devoción mariana.

Como afirmó Benedicto XVI “María, fue la primera que creyó y experimentó, de modo insuperable, que Jesús, Verbo encarnado, es el culmen, la cumbre del encuentro del hombre con Dios” (Ángelus 16 julio 2006).

En la Virgen del Carmen vemos un modelo de oración, contemplación y dedicación a Dios. Benedicto XVI dijo el 11 de mayo de 2007: “No hay fruto de la gracia en la historia de la salvación que no tenga como instrumento necesario la mediación de Nuestra Señora”.

Los marineros, antes de los descubrimientos electrónicos, dependían de las estrellas para marcar su rumbo en el océano. De aquí la analogía con la Virgen María quien como, estrella del mar, nos guía por las aguas difíciles de la vida hacia el puerto seguro que es Cristo.

El 8 de julio de 2013, durante su viaje a la isla italiana de Lampedusa, el Papa Francisco recitó una conmovedora oración a la Virgen María, en la que, entre otras cosas, decía: “Oh María, Estrella del Mar, una vez más recurrimos a ti, para encontrar refugio y serenidad, para implorar amparo y socorro. Madre de Dios y Madre nuestra, dirige tu dulcísima mirada a todos los que cada día afrontan los peligros del mar para garantizar a sus familias el sustento necesario para la vida, para tutelar el respeto de la creación, para servir a la paz entre los pueblos. Protectora de los migrantes e itinerantes, ayuda con atención materna a los hombres, mujeres y niños obligados a huir de sus tierras en busca de futuro y de esperanza. Que el encuentro con nosotros y nuestros pueblos no se transforme en fuente de nuevas y más graves esclavitudes y humillaciones”.

Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

+ Julián Ruiz Martorell

Obispo de Huesca y Jaca