Carta del obispo de León: «La pobreza de Jesús es la mayor riqueza»

Luis Ángel de las Heras nos recuerda que la caridad fraterna nos implica a todos los cristianos, lejos de ser una práctica en que solo algunos se empeñan en nombre de todos

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Redacción digital

Madrid - Publicado el

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Celebramos este año la VI Jornada Mundial de los Pobres a la luz de este versículo de la Segunda Carta a los Corintios: “Pues conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza” (2 Cor 8, 9). El papa Francisco lo resume diciendo: “Jesucristo se hizo pobre por ustedes”. El Papa quiere que esta Jornada sea una “sana provocación para ayudarnos a reflexionar sobre nuestro estilo de vida y sobre tantas pobrezas del momento presente”. Las carencias y miserias de tantos hermanos nuestros extendidos por todo el mundo no nos pueden dejar indiferentes en medio de la abundancia en la que muchos vivimos sin tomar conciencia de las desigualdades.

No se trata de una Jornada de recuerdo superficial que termina dejando tranquila nuestra conciencia, sino de una llamada seria a evaluar nuestro modo de vivir, nuestras preferencias, nuestros criterios cotidianos, tomando mayor conciencia de la realidad de las personas empobrecidas, de las que siempre han vivido situaciones límite por falta de recursos, de las que sufren las calamidades de la enfermedad, la guerra, la migración forzosa, la indigencia intelectual, la falta de habilidades sociales o personales para superar adversidades…

Hay que reconocer la generosidad que se despliega en nuestro mundo. Respondemos con urgencia a las catástrofes, abrimos las puertas a refugiados por las guerras, hemos mostrado cercanía y solidaridad en la pandemia. Con todo, sigue siendo necesario continuar con la ayuda y renovar el compromiso de compartir lo que somos y tenemos. Algo que tiene que brotar con naturalidad en nuestra vida cristiana, guiada por el mandato del amor fraterno y el estilo de vida de Jesús que se hace pobre por nosotros.

Todos los cristianos estamos urgidos a hacernos pobres por los demás, a compartir incluso lo que necesitamos y, por supuesto, a no delegar en nadie el compromiso con los pobres. La caridad fraterna nos implica a todos los cristianos, lejos de ser una práctica en que solo algunos se empeñan en nombre de todos.

El Papa también alerta contra el mero activismo y el asistencialismo: la pobreza cristiana nos compromete a procurar que a nadie le falte lo necesario y a atender con sinceridad a quien es pobre, tendiéndole nuestra mano fraterna, samaritana (también “mano pobre”) y buscando un reparto equitativo de los bienes de modo que todos podamos vivir dignamente.

Nos ayudará reconocer, como nos dice el papa Francisco, que hay una pobreza que destruye —“la miseria, hija de la injusticia”—, que afecta a la dimensión espiritual y empequeñece al ser humano. Pero también hay una pobreza que construye, libera y podemos elegir, prescindiendo de lo accesorio y optando solo por lo esencial. Así, podremos entender a san Pablo cuando asegura que la pobreza de Cristo nos enriquece. La riqueza del Hijo de Dios es el amor del Padre, que va al encuentro de todos, especialmente de los pobres, con una experiencia inigualable: la de compartir la vida por amor. La pobreza que anuncia el Reino consiste en vivir la misma vida de Jesús, que triunfa sobre la miseria y la vanagloria y nos hace a todos ricos en el amor.

Con mi afecto y bendición.

+ Luis Ángel de las Heras, cmf

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