Carta del obispo de Mondoñedo-Ferrol: «Seréis mis testigos»

Fernando García Cadiñanos recuerda que la Jornada del Domund ayuda a tomar conciencia de la dimensión misionera que conlleva el ser cristiano

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Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Celebramos este domingo el Día del DOMUND. Un día que la Iglesia nos regala para tomar conciencia de la dimensión misionera esencial que conlleva nuestra vocación bautismal y nuestro ser eclesial. También hoy seguimos escuchando el mandato de Jesús: “Id al mundo entero”.

Ese imperativo y ese destino, nunca alcanzados suficientemente, resuenan permanentemente en nuestro corazón. Estamos llamados a salir: a salir de nosotros y de nuestras seguridades, a salir de nuestras comunidades y de nuestros templos, a salir de nuestros territorios geográficos y existenciales… Somos enviados por el Señor. ¿Nuestro destino? El mundo entero en su vasta extensión: el mundo geográfico ciertamente, acudiendo a lugares y rincones donde el evangelio todavía no ha sido escuchado ni proclamado. Pero también al mundo existencial, quizás más cercano a nosotros y siempre cambiante y nuevo, que necesita ser transformado: el mundo de los jóvenes, el mundo del ocio y el tiempo libre, el mundo de la sexualidad y el amor, el mundo de la exclusión y de las periferias existenciales, el mundo de la soledad, el mundo de la economía y las finanzas, el mundo del trabajo, el mundo de la política y el bien común, el mundo de la cultura…

Para cumplir este mandato y poder llegar a este destino el Señor necesita brazos, manos, corazones, personas entregadas… Nuestro Dios es un Dios que te necesita: su acción se realiza siempre a través de mediaciones, de interlocutores que lo acercan y visibilizan en el hoy que vivimos. Un Dios tan grande y un Dios tan pequeño que se acerca a tu vida, te extiende su mano y te solicita su ayuda.

Esta es la llamada que escucharon esas personas que llamamos hoy “misioneros”. De nuestra diócesis de Mondoñedo-Ferrol son actualmente quince las mujeres y hombres que, nacidos en nuestras parroquias, descubrieron la grandeza de entregarse a una misión que llena de alegría y de sentido sus vidas. Ellos están, enviados por nosotros, en lugares tan diversos como Venezuela, Tailandia, Mozambique o Australia. Como sacerdotes, religiosos y laicos, han descubierto la grandeza de la misión. Y con su presencia y quehacer son también motivo de esperanza y gozo para las comunidades y territorios donde se insertan y que se convierte ya en hogar propio.

¡Qué hermoso es descubrir que nuestra Iglesia diocesana llega hasta donde están nuestros misioneros! ¡Qué hermoso es sentirnos parte de una familia eclesial que envía a miembros de sus comunidades a otros lugares más necesitados! ¡Qué alegría y orgullo da el descubrir el trabajo impagable que realizan nuestros misioneros en tareas evangelizadoras, sociales y de promoción!

Su trabajo, sin duda, está respaldado por nuestra admiración. Pero también lo debe de estar por nuestra oración y por nuestro apoyo económico que hoy solicita la Iglesia en forma de donativo. Y también, cómo no, por el conocimiento y la relación directa con estos misioneros que han salido de nuestra tierra. ¡Cómo me gustaría que se estableciera una relación estrecha y cercana (en forma de cartas, encuentros, conocimiento mutuo) entre estos hijos de nuestra Iglesia y las comunidades que les vieron nacer! Sin duda que ese intercambio nos permitiría renovar, alentar y descubrir la universalidad y catolicidad de nuestra Iglesia desde el paradigma misionero.

Pero esa llamada de “id al mundo entero” también se dirige hoy a nosotros que permanecemos aquí. Porque ser misionero no es algo opcional, o algo para unos pocos más valientes o lanzados. Todos estamos llamados a ser misioneros, o si lo preferimos, como dice el lema de este año, a “ser mis testigos”. Donde nos encontremos, donde vivimos, hemos de ser discípulos misioneros como nos invita el Plan Diocesano de Pastoral que acabamos de aprobar. Hermosa y sugerente misión.

Vuestro hermano y amigo.

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