Carta del obispo de Segorbe-Castellón: «Fiesta de todos los santos»

Todos los bautizados estamos llamados a la santidad. Para ser santos no es preciso realizar obras extraordinarias, porque la santidad es antes de nada un don de Dios

casimirolopezllorente

Redacción digital

Madrid - Publicado el

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Se acerca la Fiesta de todos los Santos. La Iglesia nos invita a compartir el gozo celestial de esa “muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua” (Ap 7, 9). Son los santos del Antiguo y Nuevo Testamento, los mártires del inicio del cristianismo y los santos de los siglos sucesivos, y los mártires y testigos de Cristo de nuestro tiempo. Son los santos reconocidos de forma oficial y los desconocidos de todas las épocas y pueblos. A todos los une la voluntad de encarnar en su vida el Evangelio, bajo la acción del Espíritu Santo.

San Bernardo, en una homilía para este día, escribe: “Por mi parte, confieso que, cuando pienso en los santos, siento arder en mí grandes deseos”. El significado de esta fiesta consiste en que el recuerdo de los santos suscite en nosotros el gran deseo de ser como ellos: felices por vivir para siempre en Dios, en su amistad y en la gran familia de los amigos de Dios.

Todos los bautizados estamos llamados a la santidad. El Concilio Vaticano II enseña: “Todos los cristianos, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor” (LG 42). Para ser santos no es preciso realizar obras extraordinarias, porque la santidad es antes de nada un don de Dios. La santidad en la Biblia es indica la plenitud de Dios. En Jesús, el Hijo de Dios encarnado, se encuentra la santidad misma de Dios: El es “el Santo de Dios!” (Jn 6, 69), y por Él nos llega a nosotros. El bautismo nos hace hijos de Dios, partícipes de la santidad de Dios, de su vida y de su amistad. Esta vida nueva pide ser acogida con fe y está llamada a crecer en el encuentro personal con Cristo, la acogida de su Palabra y de sus Sacramentos, y en su seguimiento en el seno de la Iglesia viviendo el mandamiento nuevo del amor a Dios y al prójimo por el sendero de las bienaventuranzas, sin desalentarse ante la dificultad. Ser santo es estar y vivir unidos a Jesucristo.

La santidad pasa siempre por el camino de la cruz, el camino de la renuncia a sí mismo. Quien quiere guardar su vida para sí mismo la pierde, y quien se entrega encuentra la vida (cf. Jn 12, 24-25). Los santos, dóciles a los designios de Dios, han afrontado pruebas, persecuciones e incluso el martirio. Han perseverado en su entrega y sus nombres están escritos en el libro de la Vida (cf. Ap 20, 12); su morada eterna es el Paraíso, la unión eterna y feliz con Dios. Los santos son un estímulo a seguir el mismo camino y experimentar la alegría de quien se fía de Dios. La verdadera causa de la tristeza e infelicidad del ser humano es vivir lejos de Dios. La santidad exige un esfuerzo constante, pero es posible a todos, porque Dios nos dará siempre los medios.

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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