Carta del obispo de Tarrasa: «Domingo III de Cuaresma: ¡Tengo sed!»

Salvador Cristau Coll reflexiona sobre el Evangelio de este domingo y nos invita a reconocer a Jesucristo como fuente de agua viva

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Redacción digital

Madrid - Publicado el

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Esta fue una de las últimas palabras de Jesús en la cruz: “¡Tengo sed!”. Todos sabemos lo que es tener sed, aunque no podemos ni siquiera imaginar la sed de Jesús en la cruz. Todos tenemos sed, y sabemos saciar la de nuestro cuerpo para vivir. Pero no siempre sabemos cómo saciar las ansias profundas de nuestro corazón, y muchas veces podemos pasar la vida entera sin encontrar nada que nos llene de verdad, sin encontrar su sentido.

Un día Jesús se había detenido a descansar junto al pozo de Jacob y, al presentarse una mujer que iba a sacar agua del pozo, Jesús le dice: «Dame agua» (Jn 4, 7). Fue el inicio de una conversación con aquella mujer samaritana. En el Antiguo Testamento Dios había hablado con su pueblo a través de patriarcas y profetas, pero aquí fue una conversación entre el mismo Dios y una mujer que, en cierto modo, nos representaba a todos. Ella iba a llenar su cántaro de agua para beber. Pero Jesús le hace ver que hay otras necesidades, unas ansias más profundas que las físicas y que son las que todos tenemos en nuestros corazones. Y el pozo para saciarlas no es un pozo de la tierra, porque sólo podemos saciarnos en la inmensidad de Dios. En ese momento Jesús le dijo: «Si supieras qué quiere darte Dios y quién es el que te pide que le des agua, eres tú quien le habrías pedido agua viva, y él te la habría dado» (Jn 4, 10).

Y continuó diciendo: «Los que beben agua de ésta vuelven a tener sed, pero el que beba de la que yo le daré, nunca más tendrá sed; el agua que yo le daré se convertirá en una fuente que brotará siempre dentro de él para darle vida eterna» (Jn 4, 14). ¡Quien no quisiera tener una fuente como ésta en su interior, una fuente de vida eterna!

Pero una vez más el problema es que nosotros vivimos tan inmersos en las cosas de este mundo, en tantas preocupaciones e inquietudes, y tantos deseos humanos, materiales únicamente, que no atinamos a pensar en lo que realmente necesitamos.

Jesús le manifestó a aquella mujer que la conocía bien: «Ve a llamar a tu marido y vuelve». La mujer le contesta: «No tengo marido». Le dice Jesús: «Tienes razón: has tenido cinco, y el hombre que ahora tienes no es tu marido” (Jn 4, 16-18). Porque él, Jesús, el Hijo de Dios, nos conoce bien, conoce nuestros puntos débiles, nuestra debilidad, nuestro pecado también. Y nos ofrece el agua viva para salvarnos.

Y si la mujer del evangelio encontró la fuente de agua viva, ¿porque nosotros no podemos encontrarla también? Jesucristo es la fuente y el agua viva que puede saciar nuestras ansias y anhelos más profundos. Sólo tenemos que ir a Él. Esta Cuaresma es una oportunidad, puede ser única, de llenar nuestro corazón de verdadera agua viva, ¡dejemos que Él lo haga!

+ Salvador Cristau Coll

Obispo de Tarrasa

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