Carta del obispo de Tarrasa: «VI Jornada Mundial de los Pobres»

Salvador Cristau lamenta que los seres humanos podemos llegar a acostumbrarnos a todo: «nuestro corazón se endurece y olvidamos fácilmente el sufrimiento de los hermanos»

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Redacción digital

Madrid - Publicado el

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“Él, siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su pobreza” (2 Cor 8, 9)

Hay una pobreza que nos enriquece, nos hace ser mejores personas porque nos abre a los demás, especialmente a quienes pasan alguna necesidad, a los que son más pobres que nosotros. Ésta es aquella pobreza de la que habló Jesús en el Sermón en la Montaña: “Jesús subió a la montaña, se sentó, y se le acercaron los discípulos. Entonces, tomando la palabra, empezó a instruirlos diciendo: "Dichosos los pobres en el espíritu: de ellos es el Reino de los Cielos" (Mt 5, 1-3).

Éstos son los que ponen su confianza no en las riquezas materiales, en los bienes de la tierra, sino sólo en Dios, y por eso Jesús los declara felices, bienaventurados, porque sólo cuando nuestro corazón descansa en Dios puede ser feliz.

Pero hay otra pobreza que duele, que hace sufrir, porque es fruto de la injusticia, del egoísmo de los hombres. Se trata de la carencia de los recursos necesarios para vivir, de aquellos medios necesarios como pueden ser los alimentos, el agua, los medicamentos y la atención médica, el calor para protegerse del frío, la falta de un techo donde vivir con dignidad. Todos los seres humanos tienen derecho a aquellos elementos necesarios para la vida.

Ciertamente, los bienes materiales, que en sí mismos no son ni buenos ni malos, tienen sin embargo el peligro de atraparnos, de dominar nuestro corazón de tal modo que pueden llegar incluso a convertirnos en esclavos suyos. Siempre deseamos más y más.

Desgraciadamente, la triste realidad es que gran parte de la humanidad no dispone de lo necesario para vivir. ¡Para subsistir! Y desgraciadamente esto es consecuencia de la mala distribución de los bienes de este mundo. Mala distribución porque unos pocos nos aferramos a menudo a estos bienes pensando que nos pueden dar seguridad, y no sabemos compartirlos con los demás hermanos.

El Papa Francisco algunos hace años instituyó esta jornada, no porque nosotros podamos solucionar el problema de la pobreza en el mundo, sino para abrir nuestros ojos a esta realidad, para remover un poco nuestro interior y para que seamos capaces de salir de la nuestra zona de confort y acercarnos a aquellos no tienen ni confort ni seguridad, y que quizá viven lejos de nosotros o quizá muy cerca de nosotros, y no nos damos cuenta de ello.

El Papa nos recuerda en su mensaje para la VI Jornada Mundial de los Pobres que no hace mucho tiempo salíamos de una situación de confinamiento por causa de la pandemia, y esa experiencia nos hizo reflexionar a todos sobre la fragilidad de la vida humana, nos hizo compartir el sufrimiento de muchas personas, muchas de ellas conocidas de nosotros. Y poco después hemos visto también lo frágil que es la vida con una guerra en nuestro mismo continente de Europa, no muy lejos de nosotros, con mucho sufrimiento también. Pero la realidad es que los seres humanos podemos llegar a acostumbrarnos a todo, nuestro corazón se endurece y olvidamos fácilmente el sufrimiento de los hermanos.

En este contexto tan contradictorio se enmarca la VI Jornada Mundial de los Pobres, con la invitación —tomada del apóstol Pablo— a tener la mirada fija en Jesús, el cual «siendo rico, se hizo pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza» (2Co 8,9). En su mensaje el Santo Padre Francisco nos dice:

“Sabemos que el problema no es el dinero en sí, porque éste forma parte de la vida cotidiana y de las relaciones sociales de las personas. Más bien, lo que debemos reflexionar es sobre el valor que tiene el dinero para nosotros: no puede convertirse en un absoluto, como si fuera la finalidad principal. Este apego impide observar con realismo la vida de cada día y nubla la mirada, impidiendo ver las necesidades de los demás. No hay nada más nocivo para un cristiano y para una comunidad que ser deslumbrados por el ídolo de la riqueza, que acaba encadenando a una visión de la vida efímera y fracasada”.

+ Salvador Cristau

Obispo de Tarrasa

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