Mujeres como Ashanti encuentran en la Iglesia una salida a la trata de personas

La Iglesia ayuda y acompaña a muchas de las mujeres que sufren prostitución forzada como trata de personas 

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Alfa y Omega

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Cuando Ashanti llegó a España buscando una vida mejor, nunca imaginó que acabaría ejerciendo la prostitución en un polígono industrial a las afueras de Madrid. Como le suele suceder a las mujeres que caen en estas redes, todo pasó sin que se diera cuenta, pues no sabía que el hombre en el que había depositado su confianza para abandonar Nigeria era un proxeneta.

Así, fue explotada sexualmente durante años para pagar una supuesta deuda que había contraído con su captor (y que nunca menguaba) hasta que la Policía hizo una redada en el club donde estaba recluida. Fue entonces cuando pudo abandonar aquel mundo de pesadilla y, tras pasar por el Proyecto Esperanza de las hermanas adoratrices, volver a sentirse humana.

Su testimonio es uno de los muchos que podrán oír los asistentes a las vigilias que se celebran esta semana con motivo de la Jornada Mundial de Oración y Reflexión contra la Trata de Personas, el 8 de febrero. Una campaña coordinada por el Grupo Intereclesial contra la Trata; una red que, según Ana Almarza, religiosa adoratriz, persigue "que todas las diócesis hablen de la trata y tengan una vigilia de sensibilización y oración".

Las celebraciones enmarcadas en esta jornada no son un empeño personal de las instituciones que la convocan (a saber, la Conferencia Española de Religiosos, la Fundación Cruz Blanca, Cáritas Española, Amaranta Fundación de Solidaridad, las Adoratrices y Justicia y Paz), sino que responden al empeño que el Papa ha puesto en los últimos años por denunciar la compraventa de personas como si fueran mercancías. Un esfuerzo que Almarza admira en Francisco porque, a su juicio, "decir que en este siglo hay personas esclavas no es políticamente correcto".

"En la Iglesia se está abordando el problema con un compromiso fuerte y lo único que hacemos es seguir y apoyar lo que viene desde Roma", considera Almarza. Una opinión que comparte con María Francisca Sánchez, directora del Departamento de Trata de la Conferencia Episcopal, quien confía en que las noches de oración servirán para concienciar a sus participantes; porque, "aunque dentro de la Iglesia hay mucha sensibilidad sobre el tema, también hay gente que no conoce esta realidad"

Un problema oculto

Debido a la clandestinidad con la que se desarrolla, la trata de personas era un problema oculto para los españoles. "Es una realidad invisible porque las víctimas están silenciadas y muchos cómplices no dan la cara", sentencia María Francisca Sánchez. No obstante, en 1999, al detectar una considerable llegada de mujeres extranjeras para ejercer la prostitución, las autoridades reaccionaron tipificando esta lacra como un delito.

Pero a pesar de que el Código Penal recoja su caso, muchas de las personas que sufren esta explotación no entienden su situación. "Hacerlas conscientes de que son víctimas de un delito es todo un proceso, porque a veces las ha engañado una persona muy cercana y les cuesta darse cuenta", lamenta Ana Almarza. Además, la reclusión y el miedo a los captores son factores clave para que las víctimas no denuncien su situación. Como apunta Sánchez, "uno no se va a presentar como víctima cuando está amenazado y cualquier gesto sospechoso es motivo para agredirte".

Por ello, ambas combaten el prejuicio instalado en la sociedad de que las prostitutas lo son por voluntad propia, y cargan las responsabilidades sobre los proxenetas que "miran a estas mujeres como una inversión de la que pueden sacar mucho dinero" y los clientes que se creen con derecho a comprarse una persona para satisfacer sus bajos instintos porque "si la explotación sexual persiste es porque hay una demanda".