Cierra la morgue del Palacio de Hielo: «Dios estaba ahí»
Zé Paulo Pedrosa, sacerdote de Madrid, ha reconocido la presencia de Dios en sus visita a la morgue del Palacio de Hielo
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Zé Paulo Pedrosa, de la Fraternidad Misionera Verbum Dei, es sacerdote en la parroquia Nuestra Señora de las Américas en Madrid. A escasos cinco minutos del Palacio de Hielo, un recinto que se ha convertido en la gran morgue de España durante casi un mes, símbolo también de la huella del coronavirus en nuestra sociedad. Él fue uno de los cinco sacerdotes que acudía cada día a este lugar para rezar responsos por los fallecidos que por allí pasaron, en total 1.145. Personas con nombres y apellidos, con biografía y familia, que en ningún momento estuvieron solas. Un espacio en el que, a pesar de la muerte y la desolación, también hubo lugar para la esperanza, la dignidad, la paz y la oración.
En cierto modo habló de ello este miércoles la ministra de Defensa, Margarita Robles, en el cierre de esta morgue temporal: «No les hemos podido salvar la vida, pero que sepan que nuestras Fuerzas Armadas, la UME y el Ejército de Tierra, siempre han estado con ellos. No los han dejado solos ni un minuto, como nos decían los mandos: “Son nuestros soldados, nunca los dejamos solos, nunca los vamos a dejar atrás”. En todo momento han estado con ellos, acompañándolos, guardando por su dignidad, por su respeto, orando cuando sabían que eran personas creyentes».
"Notabas que había paz y que Dios estaba presente"
Pedrosa recuerda este acto sencillo –en el que también participaron el arzobispo de Madrid, cardenal Carlos Osoro, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, y el alcalde de la capital, José Luis Martínez-Almeida – y confirma las palabras de la ministra: «El primer día que fui ya tuve esa sensación: que no estaban solos. Siempre había gente, notabas que había paz y que Dios estaba presente. […] A pesar de la situación, nunca vi caos o agobio, todo lo contrario; la sensación era de respeto, de dignidad, de hacer todo en su justa medida. Y eso, por lo que he podido ver, se ha logrado».
En todas sus visitas –dice haber ido siete u ocho veces – ha reconocido la presencia de Dios en aquella situación: «Al rezar delante de todos los féretros sentí que Dios estaba ahí, acompañando esas vidas en el tránsito de la muerte a la vida eterna. Dios estaba presente. Para Él no era un número, sino personas concretas. Y esa era también nuestra labor, hacer presente a Dios poniendo de manifiesto que allí descansaban hijos suyos».
En total, cada visita no se prolongaba más allá de 15 minutos, lo que le llevaba rezar un sencillo responso, tiempo suficiente para tener «una conexión con Dios y con las familias de los difuntos»: «Era consciente de que lo que estaba haciendo lo hacía en nombre de la Iglesia y de los creyentes que tenían allí a sus seres queridos y hubiesen querido acompañarlos. Yo lo hacía por todos ellos».
"Intentaba ir más allá y pensar en las familias y en los fallecidos"
También reconoce que la primera visita le dejó un poco descolocado al ver tantos féretros, pero que después se fue habituando: «Intentaba ir más allá y pensar en las familias y en los fallecidos. Muchos seguro que asistían a Misa y rezaban habitualmente, y deseaban tener ese momento de oración por ellos. Yo lo querría: que si me hubiese pasado algo a mí, alguien pudiese rezar por mí».
La relación de los cinco sacerdotes, según detalla Zé Paulo Pedrosa, fue muy cordial con todos los trabajadores que atendían esta gran morgue temporal: «Todos hemos tenido experiencias de respeto y acogida». Algunos, incluso se acercaban a ellos y se sumaban a la oración; otros los acompañaban desde la distancia. «Como nos hemos ido turnando y hemos estado un tiempo limitado nos encontrábamos con gente diferente cada día, pero siempre hemos percibido valoración y respeto. También hemos tenido momentos para dialogar con ellos, preguntar por nuestras familias. Había empatía y comprensión de la labor mutua».
Zé Paulo Pedrosa concluye la conversación con una reflexión sobre la importancia de la atención espiritual. Esto es, «estar ahí; acompañar; que se sienta que la Iglesia está presente; colmar los deseos que, tal vez, la persona no pueda colmar, también los no creyentes». Y añade. «Es un signo que va más allá de lo material, una pequeña luz... Algo que estamos viendo, sobre todo, en la labor de los capellanes en los hospitales, con las familias y con los enfermos. Ahora es lo que Dios nos pide: estar donde la gente nos necesita».