Manuel Sánchez Monge: "La Iglesia, una alternativa crítica en el mundo de hoy"
El obispo de Santander descubre el mundo actual y reconoce la tarea de anunciar "al Dios amigo de la vida", "el Dios que no exige sin antes darnos mucho más"
Madrid - Publicado el - Actualizado
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En un momento como el que estamos viviendo en que no acabamos de salir de una pandemia y nos hallamos sumidos en una guerra y en una crisis energética y económica de mucho calado, podemos caer en la tentación de adoptar posturas de tristeza lamentando circunstancias pasadas y condenando el mal del mundo. Ante el ambiente secularizado que impide la práctica religiosa e incluso no facilita la fe y frecuentemente la ataca, podemos ceder a una visión negativa de la sociedad actual. Nuestro verdadero desafío es no quedar bloqueados en un mundo sin confianza ni esperanza.
Como creyentes en el Dios de Jesucristo ¿Cómo situarnos en el mundo de hoy? No podemos dotarnos de una armadura para defendernos de los males del mundo. Esta postura nos llevaría a encerrarnos en nosotros mismos, en nuestros resentimientos que esterilizan nuestra misión. Y de aquí a vivir en una tristeza que busca incansablemente placeres superficiales, no hay más que un paso.
Hay otra postura crítica en la situación actual. Sin negar los extravíos y esterilidades de esta sociedad, que no son pocos, podemos reconocer la pasión de felicidad que emerge en todo ser humano, que lleva implícito el deseo profundo de Dios. Luego hemos de aprender a discernir, con la ayuda del Espíritu, lo bueno que hay a nuestro alrededor. Hemos de ver el momento actual como una oportunidad para generar nuevas formas de hacer presente la vida cristiana (Charles Tylor).
Advertía el papa Francisco: “El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado” (EG. 2).
Hace falta convicciones de fe que se hagan carne en una vida interior que movilice, que otorgue entusiasmo y ardor a la opción misionera. El papa actual está abriendo una nueva etapa evangelizadora marcada por la alegría (EG 1): “La Buena Noticia ha de transmitirse no a través de evangelizadores tristes o desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros (...) cuya vida irradia la vida de Cristo” (PABLO VI, EN 80). Promovamos un encuentro personal con Jesucristo que deje huella y marque un hito en la vida de la gente que tenemos a nuestro lado. Anunciemos con nuestra vida y con nuestras palabras que el mensaje de las Bienaventuranzas no es pura utopía, sino que se puede vivir en la vida de cada día y que realmente aporta una felicidad duradera.
El problema mayor en Europa, y también en España, lo constituyen los que un día fueron bautizados y hoy viven completamente al margen de la fe cristiana y de la Iglesia. Y también aquellos que tienen una fe tan débil que, al no resistir el ambiente laicista que se quiere imponer, están a punto de desfallecer. Por todo esto nuestra tarea principal es anunciar al Dios amigo de la vida que se nos ha revelado definitivamente en Jesucristo. El Dios que no exige sin antes darnos mucho más de lo que nos pide. El que nos conoce por nuestro nombre y no se escandaliza de nuestras miserias sino que las hace desaparecer ejercitando su misericordia.