La reflexión del arzobispo de Oviedo sobre la JMJ de Lisboa: "Nos devuelve la esperanza"
En una extensa carta a los fieles, Jesús Sanz Montes hace un recorrido por lo vivido durante la JMJ de Lisboa: " Ha sido una fiesta cristiana y joven, la fiesta más verdadera"
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Lisboa vuelve a la normalidad después de que un millón y medio de peregrinos participaran en la JMJ del 1 al 6 de agosto en la capital portuguesa. Tras una semana de celebraciones, festivales, meditaciones, Misas o encuentros con el Papa Francisco, llega el momento de reflexionar lo que ha sido esta semana para la Iglesia Católica Universal, y el poso que deja este encuentro de jóvenes.
El arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz Montes, ha publicado su reflexión sobre esta JMJ que acaba de concluir, y que publicamos de manera íntegra.
La reflexión de Jesús Sanz Montes sobre la JMJ de Lisboa
Las costas que el Atlántico bañan, eran consideradas durante siglos el largo Finisterre de la tierra conocida. Detrás sólo quedaba el misterio de un océano inmenso que te engullía en sus avernos, con sus bestiarios y fantasmas. La juventud cristiana del mundo tenía una cita en Lisboa en este año 2023. No había finisterres misteriosos que la concitase para un concierto macabro, sino para una fiesta verdadera de la fe en Jesús resucitado, mirando a María en el gesto de levantarse e ir hacia su prima Isabel.
De todos los rincones del mundo han llegado chavales con sus mochilas, sus sueños encendidos, también con el fardo de tantas dificultades para hacerse sitio en la maraña de nuestro momento eclesial, cultural, político, planetario. Son muchos los frentes que nos rodean con toda la carga de su luz y su oscuridad, su certeza y su incertidumbre, sus lágrimas y sus sonrisas.
Y como un río de esperanza vimos cómo Lisboa, esta antigua y bella ciudad portuguesa, capital de esa nación hermana tan querida, se llenaba de rostros preciosos, de gestos audaces y desenfadados, de sana y santa osadía a la hora de decir que están aquí los jóvenes cristianos, que se han encontrado con Jesús, que cuidan su relación con María, que tienen como amigos a los santos. Y de ahí se lanzan al abrazo de este mundo variopinto y tantas veces ambiguo, en donde también quieren contar y testimoniar su particular relato que tiene la solera de los dos mil años de cristianismo y la frescura de la mocedad de sus propios años.
En todo momento te surgía esa bocanada de gozo esperanzado cuando veías más allá del cansancio, del calor, de las incomodidades de días y noches que acumulaban sueño mal reparado y apetitos frugalmente alimentados. Ese más allá era la alegría de sus caras, el ánimo en los afanes, la hondura profunda de sus posturas y una extraña rebeldía tan típica de los testigos que gritan a los cuatro vientos que son discípulos de Cristo.
Ha habido tantos momentos especialmente señeros. A mí se me asignó una de las primeras catequesis. Hablábamos de la ecología integral. Y ante una iglesia abarrotada con más de 700 jóvenes, entre los que estaban los asturianos, expliqué qué es la verdadera ecología que se deriva del cuidado agradecido de esa casa común que Dios nos ha confiado. El papa Francisco lo decía, como también lo apuntaron San Juan Pablo II y Benedicto XVI, que una auténtica ecología capaz de integrarlo todo poniendo armonía en esa casa común, debe cuidar la relación fontal con Dios como creador de todo, con el hermano que es el prójimo que tengo a mi lado, con la tierra como espacio también fraterno en donde se me pide un responsable cuidado de las cosas.
Los jóvenes me lo transmitían en sus preguntas al acabar la catequesis: eran sensibles a las parafernalias ideológicas que se derivan de algunas políticas y sus terminales mediáticos, de algunas organizaciones mundiales y sus imposiciones de agendas 2030 y otras lindezas de su Nuevo Orden Mundial. Tienen suficiente criterio como para que no les tomen el pelo ni los engañen con los mariachis orquestados de ideología subliminar. Ecologistas verdaderos sí, que hacen las cuentas con Dios, con el hermano y con la tierra que habitamos. “Ecolojetas” avispados que venden sus mercaderías con trampa y con engaño, no, gracias.
Otro momento importante fue la reconciliación a través del sacramento de la confesión. Tienen conciencia de que sus vidas serán siempre mejorables cuando las dejamos bajo el foco de la mirada amorosa de Dios. Tantas palabras, pensamientos, gestos y omisiones… que reclaman una sincera petición de perdón. Ese abrazo de misericordia que Jesús nunca niega a quien con sincero arrepentimiento vuelve de su aventura pródiga para llegar al abrazo del Padre Dios. Y se confesaron. Fue una ayuda inestimable que a los 250 jóvenes que fueron desde la organización diocesana, se sumaron 15 sacerdotes jóvenes que los acompañaban y algunas religiosas. Era la compañía de los adultos que no suplen a los chavales, pero sí que los acompañan con discreción y entrega sincera ejerciendo la paternidad o maternidad espiritual con los más jóvenes.
El viacrucis tuvo una mella especial. En el viacrucis que se realizó en la JMJ 2023 en Lisboa, de una sugestiva belleza y con grande hondura religiosa, se abordó en la estación del despojo de las vestiduras del Señor, una verdadera radiografía de nuestro momento: «Te han despojado, Señor, te han despojado de Tus vestiduras. Te miro, sereno y confiado en Tu verdad desnuda. Incluso sin ropa Tú no dejas de ser quien eres porque nunca te preocupaste de construir una imagen de Ti mismo. Tú en Tu humildad, Tú en Tu integridad. Tú en tu verdad.
Pero vivimos en una tierra de espejos donde lo que cuenta es la apariencia, la imagen. Selfies y más selfies. La tiranía del cuerpo correcto y la sonrisa perfecta. Fotos de ti mismo en las redes sociales en poses cuidadosamente estudiadas. Posts artificiales a la espera de los likes de los demás. La terrible sensación de no poder ser nosotros mismos, de tener que vendernos para gustar y no estar aislados. Narcisismos que, al final, nos dejan solos en islas lejanas». Realmente un verdadero semblante del momento en el que vivimos inmersos en nuestras apariencias frívolas y aisladas.
Pero será en la estación de la muerte de Jesús donde se señalará la provocación más acendrada, ante una apariencia falsa donde las haya. Aparentemente se exhibía una muerte, en realidad era sólo el preludio de una pascua. Una muerte que grita la vida, un fracaso que abre redentoramente la puerta al triunfo sin trampa. Es de una belleza inmensa ese relato que rezamos con los miles de jóvenes junto al Papa: «Te abandonaste en los brazos del Padre. Exhalaste el último suspiro y moriste. Y contigo murieron todas las palabras que no pudiste decir, todos los abrazos que no pudiste dar, todas las curaciones que no pudiste realizar.
Parece un desperdicio, Señor. ¡Cuántas cosas buenas podrías haber hecho en unas cuantas décadas más de tu vida! Y, sin embargo, tus palabras fueron: «Todo está cumplido». No quedó nada por hacer. Porque allí, en la Cruz, nos dejaste todo lo necesario para salvarnos: puro amor, aunque fuera impotente y aparentemente inútil.
Hoy sólo cuentan los que producen. Los ancianos no cuentan, los discapacitados no cuentan, los parados no cuentan, los soñadores no cuentan. Y no cuentan los juegos de los niños, tantas veces obligados a trabajar para ganar dinero o a estudiar cada vez más para ser un día «verdaderos triunfadores» en el mercado laboral. Sin embargo, lo que salva es el amor. ¡Escóndeme en tus llagas de amor, Señor!».
Estamos aparentemente ante un mutismo sórdido que se transforma en la más elocuente palabra. Estamos aparentemente ante una ausencia mortecina que se cambia en la presencia más gloriosa. Es la humilde compañía de ese Dios crucificado y resucitado que abraza mi vida rota y confusa, que comparte mis pasos extraviados y oscuros para que yo pueda recorrer su camino luminoso.
En el horizonte apareció también la Virgen santa en la estación decimotercera, como aquella vez en la vía Dolorosa. Una chica preciosa que fungía de María al pie de la cruz, fue arropada por todas las demás chicas que en aquel escenario espectacular hacían del sudario con el que bajaron a Jesús para ponerlo en brazos de la Virgen, una especie de pañal con el que parecía que hablaban, sonreían y hacían carantoñas a un recién nacido. Al pide de aquella cruz, María volvió a engendrar en la persona del apóstol Juan, madre e hijo de la Iglesia que allí nacía.
Y finalmente la eclosión de la pascua, como palabra de luz y gracia que Dios siempre se reserva tras nuestras penúltimas palabras torpes, pecadoras y engañosas. Al final de todo, Dios deja los sepulcros vacíos, la piedra removida y el alba eterna sin ningún ocaso ensombrecido.
La vigilia de oración que tuvimos el sábado por la noche, a mí me conmovió en un momento particular: cuando vi y escuché a un millo de jóvenes que de rodillas y en silencio adoraron a Jesús en la Eucaristía. Es lo que me impresiona cuando en las misas que he tenido con estos jóvenes durante estos días, en el momento de la consagración se ponían de rodillas con un profundo respeto y tras la comunión guardaban silencio para dar las gracias en su corazón tocado y conmovido. ¡Qué espectáculo de piedad y de hondura en la expresión madura de una fe que se ha hecho adulta en todos ellos!
El domingo teníamos cita mañanera para celebrar juntos la Misa del envío. Era el domingo con fiesta propia: la Transfiguración del Señor. El papa Francisco nos exhortó a meternos en esa escena del monte Tabor, y a dejarnos llevar por lo que allí sucedió: «“Señor, ¡qué bien estamos aquí!” (Mt 17,4). Estas palabras, le dijo el apóstol Pedro a Jesús en el monte de la Transfiguración, y también las queremos hacer nuestras después de estos días intensos. Es hermoso lo que estamos experimentado con Jesús, lo que hemos vivido juntos y es hermoso cómo hemos rezado, con tanta alegría de corazón. Y entonces nos podemos preguntar: ¿qué nos llevamos con nosotros volviendo a la vida cotidiana?
Quisiera responder a este interrogante con tres verbos, siguiendo el Evangelio que hemos escuchado: ¿qué nos llevamos? Resplandecer, escuchar y no tener miedo. ¿Qué nos llevamos?».
Estas palabras del papa Francisco que luego desarrollaría en el resto de su intervención, es todo un programa para continuar la labor. Porque la JMJ 2023 no tiene una clausura como cuando acaba una competición deportiva o un macroconcierto de rock. No hay clausura sino continuación: un modo de proseguir el camino inconcluso, porque frente a tantos fogonazos que nos deslumbran sin iluminar nuestros pasos, hay una luz transfigurada que nos ofrece la luz de Dios capaz de disipar todas nuestras oscuridades juntas haciéndonos testigos de esa claridad. Y frente al encerramiento sórdido y blindado de tantos muros que se levantan con desprecio, tantas trincheras que se cavan con violencia y tantas fronteras que se dibujan con insidia, está la humilde invitación a escuchar una palabra que no engaña, que nos hace verdaderos y nos reviste de bondad sin postizo maquillaje: esa es la Palabra de Jesús que hemos de escuchar.
Finalmente, cosa que hizo el papa Francisco al final de la misa, nos invitó a no tener miedo. Motivos para la zozobra no nos faltan, razones para tantos sobresaltos. Pero se nos recordó aquella expresión valiente y rompedora con la que San Juan Pablo II empezó su pontificado: no tengáis miedo, abrid las puertas de Cristo.
Han sido unos días muy intensos, pero llenos de tanta gracia de Dios, de tanta esperanza en cómo Dios cuida a la nueva generación que viene ya empujando con su alegría, su desenfado y su fortaleza. En esta Iglesia caben todos, como nos repitió el papa Francisco tantas veces, siempre y cuando nuestra libertad decida la estancia dentro. Porque si mi vida se afana en el pecado que me excluye aunque no anule la posibilidad de adentrarme con un corazón sinceramente convertido ante mis violencias, mis crímenes, mis abusos, mis mentiras, mis robos, mis impurezas, mis insolidaridades… Sin duda alguna Dios me ama como yo soy, pero para que apoyado en ese amor llegue a ser como Él desea que yo sea, es decir, santo de verdad.
Toca ahora volver a la vida cotidiana donde la JMJ 2023 sigue su continuación en la trama de cada día. A esto somos emplazados con la ayuda de Jesús, de María y de los santos. Ha sido una fiesta cristiana y joven, la fiesta más verdadera que nos devuelve la esperanza por la cercanía de un Dios que tiene los años de mi edad y una Iglesia que me acoge con su perenne juventud como hace dos mil años y a través de esta historia de la que nosotros formamos parte.