Dios y su familia: las dos muletas de Pablo para superar la grave enfermedad renal que padece de nacimiento
Con tan solo 25 años, ha vivido ya dos trasplantes fallidos de riñón. Pese a las adversidades, logra salir adelante con esperanza y fe
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Pablo Iturmendi tiene 25 años. A las seis semanas de vida, le detectaron una enfermedad rara que impedía que sus riñones funcionaran correctamente. Una patología que, cuando le fue diagnosticada de bebé, tan solo padecían en España ocho personas.
Para tratarse de su enfermedad, Pablo viajaba todos los meses junto a sus padres a Bilbao, donde se encontraban uno de los especialistas: “Estuve los siete primeros años de mi vida viajando a Bilbao. Lo pasaba muy mal, porque sabía que ir allí era para pincharme. Luego mis padres me compraban un juguete, me invitaban a desayunar…”
Pese a todo, tuvo una infancia feliz, tal y como cuenta en un vídeo grabado para la Universidad Francisco de Vitoria, donde ha estudiado Periodismo y RRII: “Tuve la suerte de tener la enfermedad desde pequeño, por lo que no sé cómo es vivir sin tenerla. No me he tenido que acostumbrar a cambiar de vida”.
A los siete años, la enfermedad se complica. La posibilidad de un trasplante ganaba fuerza, ya que la situación era irreversible. Estuvo en diálisis y, al poco tiempo, su padre ofreció su riñón para trasplantarlo a su hijo: “Es una sensación extraña de alegría y rabia Con ocho años, el 20 diciembre de 2004, me trasplantan, y empieza la segunda fase de mi vida que es prácticamente normal. Una vez al mes tenía que ir a revisión, pero me puse fuerte, podía comer y beber lo que quería…”
La enfermedad parecía quedar atrás, hasta que a los 17 años el riñón falló, por lo que había que empezar de nuevo. Pero Pablo ya no era un niño, sino que estaba en plena adolescencia, la edad de comenzar a salir y en la que se produce el cambio del instituto a la Universidad: “Empecé de nuevo con la diálisis desde mi casa que duraba ocho horas, por lo que tenía que estar pronto en casa. Fue una repercusión anímica para mí. Me obsesioné con lo que no podía hacer, y es un error grave pensar en las limitaciones”.
Pero en aquellos duros momentos, Pablo logró salir adelante gracias, en parte, a su fe: “Nunca me siento solo del todo. En los momentos más duros de mi enfermedad es cuando Dios ha estado más cerca de mí. Tampoco hay que caer en la frivolidad de que como creo en Dios, todo da igual. La fe me ha aportado un apoyo, algo de lo que agarrarme en momentos de incertidumbre”, confiesa.
Su vida volvió a dar un giro de 180 grados mientras se encontraba en clase, cuando el hospital se puso en contacto con él para recibir un segundo trasplante: “Una vez más me recuperé y volví a hacer vida normal”.
La alegría, por desgracia, no duró mucho, pues a los tres años el riñón dejó de responder de nuevo. Fue una noche de septiembre, tras el verano: “Mi sensación fue de ahogo, porque veía que se truncaba mi vida universitaria, laboral, con mis amigos...”
Pablo lo pasó mal, pero volvió a sentir la presencia de Dios: “Me pedía que no me agobiara, porque la vida cambia, pero no todo es malo. La enfermedad ayuda a sacar cosas buenas”.
Con el apoyo de sus padres y sus dos hermanos, Pablo sale a flote y acepta su situación con tranquilidad. Con esperanza: “He tenido el regalo de tener una familia de diez. Llevar la enfermedad es duro, pero peor cuando la tiene un ser querido es peor por la impotencia que siente. Ver a un hijo sufrir debe ser muy duro. Ha sido una cosa que hemos vivido en familia y no solo mis padres, también mis hermanos. Mis padres se han volcado conmigo, y mis hermanos, sobre todo el mayor, se han relegado a un segundo papel y sin ninguna queja. Me han puesto antes que a ellos”.