El Papa, sobre sor Aguchita: «Aun sabiendo que arriesgaba la vida, permaneció cerca de los pobres»

La religiosa peruana María Agustina Rivas López, asesinada por el grupo terrorista Sendero Luminoso en 1990, nueva beata de la Amazonía

El Papa, sobre sor Aguchita: «Aun sabiendo que arriesgaba la vida, permaneció cerca de los pobres»

Redacción Religión

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Perú y la Amazonía cuentan desde este 7 de mayo con una nueva beata. Se trata de María Agustina Rivas López, una religiosa de la Congregación del Buen Pastor que fue asesinada por odio a la fe en el país andino el 27 de septiembre de 1990. Tenía 70 años. Sor Aguchita, como era popularmente conocida, fue fusilada junto a otras personas en la localidad de La Florida, adonde había sido enviada dos años antes como misionera. Sus asesinos pertenecían a Sendero Luminoso, un grupo terrorista maoísta fundado en 1970 que tiñó de sangre Perú en los años ochenta y noventa del pasado siglo. Rivas fue una de las primeras víctimas eclesiales de esta organización armada, liderada hasta su detención en 1992 por Abimael Guzmán.

Su labor evangelizadora y martirio son explicados en este video preparado por la Red Eclesial Amazónica (REPAM) dentro de su serie «La vida por la Amazonía».

La ceremonia de beatificación tuvo lugar en la misma localidad en la que alcanzó el martirio, perteneciente al Vicariato Apostólico de San Ramón. Y fue presidida por el arzobispo de Mérida (Venezuela) y administrador apostólico de Caracas, Baltazar Enrique Porras Cardozo, en calidad de enviado especial del Papa.

Junto a él, el obispo vicario apostólico de San Ramón, Gerardo Zerdín; el arzobispo de Trujillo y presidente de la Conferencia Episcopal Peruana y del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), arzobispo Miguel Cabrejos; y numerosos obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, así como varios miles de laicos del pueblo al que sirvió hasta la muerte.

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Contemplación en la acción

El cardenal Porras se refirió en su alocución al «sin sentido de la violencia, el crimen, la injusticia y lo nefasto de las ideologías para quienes la vida humana no cuenta», pidiendo, en este sentido, «que la guerrilla y la guerra desaparezca para siempre del mundo entero y de la esta tierra bendita de la selva amazónica». Respecto a la nueva beata, indicó que «la contemplación en la acción fue el norte de su quehacer cotidiano».

Sor Aguchita llegó al vicariato de San Ramón con 68 años. Allí esperaban a alguien más joven para la ingente labor misionera que había que desarrollar. Pero ella no se arredró. «Cargada de años, virtudes y añoranzas, aceptó gustosa la obediencia de ser misionera allí, a pesar de sus achaques. No lo rehuyó, sino que lo asumió con alegría y entusiasmo», subrayó el enviado papal.

Monseñor Cabrejos recordó, por su parte, que Perú es tierra de grandes santos —santa Rosa de Lima, san Martín de Porres, san Juan Macías, santo Toribio de Mogrovejo o san Francisco Solano— pero también de mártires como sor Aguchita o los mártires de Chimbote. Nuestra mártir, dijo, fue «una beata valiente que dio su vida por Cristo y por los pobres, por lo tanto, es ejemplo de servicio y fidelidad para todos nosotros».

El obispo Zerdín anunció que la iglesia frente a la cual se celebró la beatificación será en adelante el Santuario Vicarial de Santa Rosa de Lima y de la Beata Aguchita Mártir.

El Papa Francisco aludió a la nueva beata al final del Ángelus del día 8. «Esta heroica misionera, incluso sabiendo que arriesgaba la vida, permaneció siempre cerca de los pobres, especialmente de las mujeres indígenas y campesinas, testimoniando el Evangelio de la justicia y de la paz», dijo. «Que su ejemplo pueda suscitar en todos el deseo de servir a Cristo con fidelidad y valentía».

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Nieta de emigrantes españoles

Nacida en 1920 en la localidad de Coracora (Ayacucho), sor Aguchita era nieta de emigrantes españoles. Su historia la cuenta el sacerdote burgalés Luis Alfonso Tapia Ibáñez, vicario general de San Ramón, en una biografía titulada Aguchita: la muerte no se improvisa, el amor es nuestra vocación. (Sociedad de San Pablo, Lima, 2022).

Cuando fue asesinada, trabajaba con el pueblo Ashaninka, en la selva central de Perú. Su actividad se desarrollaba especialmente en los ámbitos de la salud, la educación, la oferta de alimentos y la alfabetización, sobre todo de las mujeres. Había impulsado proyectos de formación, organizado grupos juveniles y de catequesis familiar en las comunidades rurales del Valle del Yurimaqui, en el departamento de Junín.

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