Dentro de la Casa Hogar El Buen Samaritano
Eva Fernández, enviada especial de la Cadena COPE a Panamá, se introduce en el centro que acoge a enfermos de SIDA visitado por el Papa Francisco.
Roma - Publicado el - Actualizado
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Hacía mucho tiempo que no se notaba tanta alegría en la Casa Hogar El Buen Samaritano. Y eso que entre las paredes de esta residencia lo normal es que se respire esperanza y ganas de vivir.
Más que una residencia se trata de una gran familia. Cuando les comunicaron que el Papa se acercaría a visitarlos pensaron que se trataba de una broma. Al comprobar que iba en serio se pusieron manos a la obra para pintar, limpiar, arreglar el jardín y decorar su casa para que no faltara detalle.
Los primeros en llegar a modo de “teloneros” del Papa fuimos los periodistas. En cada uno de los viajes papales se organiza un “pool”, -éste es el término que se utiliza para referirse al grupo reducido de periodistas que acuden en representación del resto a las citas del Papa en las que resulta imposible acomodar a todos-. A quien forma parte de este “pool” le corresponde mantener informados al resto de compañeros, contándoles todo aquello que se ve y hasta se siente en la visita.
Al entrar se notaba que el encuentro iba a resultar muy especial e inolvidable. Cerca de 100 personas esperaban al Papa entre la entrada y el patio de esta pequeña Casa Hogar, pero sus 18 residentes tenían el honor de estar situados en las primeras filas. Junto a ellos se encontraban unos 25 voluntarios entre psiquiatras, médicos y profesores que colaboran para hacer de este hogar una familia.
Lo sabe bien Raúl, que espera al Papa en su silla de ruedas. Tiene 31 años y fue abandonado por su madre cuando tenía cinco. A partir de ahí su vida se desmoronó y entró en una complicada espiral personal en la que intervinieron malas compañías y la droga. Cuando descubrió que había contraído SIDA se encontraba solo y en la calle. Pensó que lo mejor sería dejarse morir. No tenía ninguna posibilidad de pagarse un tratamiento, y en sus condiciones se le iban cerrando todas las puertas. Todas menos una. Le habían hablado de un lugar en el que ayudaban a personas en su situación. Tardó tiempo en decidirse. Le daba vergüenza presentarse en las condiciones en las que se encontraba. Cuando cruzó por primera vez el umbral de la Casa Hogar El Buen Samaritano, su vida cambió para siempre.
La Casa Hogar El Buen Samaritano es fruto de una iniciativa de la Iglesia Católica en Panamá, preocupada por la situación de desamparo y abandono en la que se encuentran las 21.000 personas con VIH del país. Muchas de ellas por regla general se sienten abandonadas y discriminadas incluso por sus propias familias.
En esta casa reciben sobre todo el cariño y la fuerza que necesitan para salir adelante. Cuando llaman a la puerta nadie les pregunta por su religión. En estos momentos, junto a los residentes, se atiende también a cientos de familias, a las que se les apoya para que consigan los medicamentos retrovirales que necesitan y se les brinda la posibilidad de que aprendan un oficio.
El padre Domingo Escobar es una de las piezas claves de este Hogar, y mientras los periodistas buscábamos un buen sitio para no perder detalle, daba recados a todos para que las canciones y los regalos que habían preparado durante meses estuvieran a punto. Querían que la cita fuera inolvidable para todos.
Raúl llevaba en sus manos una chácara, que es como en Panamá se llama a una especie de monedero que suelen utilizar los indígenas y campesinos. Lo ha tejido él mismo para el Papa con los colores de la bandera panameña: azul, rojo y blanco. Pero lo que más impresiona es su comentario: “Puede que el cariño que nunca tuve de un padre, el Papa me lo demuestre hoy aquí”.
A sus 52 años, Telma, que se encuentra a su lado es una apasionada por el maquillaje y la peluquería. Y se nota que ha dedicado tiempo a estar perfecta para su cita con Francisco.
Lineth se pregunta si al Papa se le pueden dar abrazos. Cuando se asegura que Francisco nunca pone reparos, ya sólo desea que llegue el momento. Lo de dar abrazos es una práctica que lleva tiempo sin hacer, porque muchos todavía piensan que les puede contagiar.
Se notaba que la Casa Hogar estaba reluciente, recien pintada y sobre todo muy adornada. Apenas quedaban espacios libres en las paredes en las que no hubiera una cartel con palabras de recibimiento al Papa. Había profusión de colores, pero sobre todo predominaban cuatro: el azul, rojo y blanco de la bandera panameña y el amarillo y blanco de la vaticana.
Muy cerca de ellos se encontraban miembros de otras instituciones de la Iglesia que trabajan con personas sin recursos: un grupo de jóvenes del Hospicio Malambo, del Hogar San José, cuidado por las Hermanas de la Caridad; y de la “Casa del Amor”, de la congregación Kkottongna, dedicada a la acogida de indigentes.
Francisco, en sus primeras palabras, fue directo al grano: “El prójimo es en primer lugar una persona, alquien con rostro concreto, real y no algo a saltear o ignorar, sea cual sea su situación. Es rostro que revela nuestra humanidad tantas veces sufriente e ignorada”. "Estar aquí es tocar el rostro silencioso y maternal de la Iglesia. El rostro de la Iglesia que normalmente no se ve y pasa desapercibido, pero es signo de la concreta misericordia y ternura de Dios", explicó el Papa.
Francisco también señaló a los residentes la importancia del hogar: "Crear 'hogar' es crear familia; es aprender a sentirse unidos a los otros más allá de vínculos utilitarios o funcionales que nos hagan sentir la vida un poco más humana". Pero un hogar no lo puede hacer uno solo, necesita de la colaboración de todos: "Nadie puede ser indiferente o ajeno, ya que cada uno es piedra necesaria en su construcción. Y eso implica pedirle al Señor que nos regale la gracia de aprender a tenernos paciencia, a perdonarse; aprender todos los días a volver a empezar".
Francisco bendijo, antes de despedirse, la primera piedra que será utilizada en la construcción de varios centros, entre ellos el Juan Pablo II, que lleva adelante un programa de prevención de drogas, y brinda acogida y almuerzo a más de 70 indigentes.
Antes de que el Papa abandonara el Hogar, Lineth todavía lloraba. Había abrazado al Papa y le había hecho la promesa de que nunca se olvidaría de rezar por él.