La otra cara de la Memoria Histórica: los más de 10.000 religiosos asesinados en la Guerra Civil
La persecución que sufrió el clero durante la contienda no ha sido aún reconocido como un genocidio
Madrid - Publicado el - Actualizado
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La Guerra Civil Española enfrentó a los españoles durante tres largos años (1936-1939). Las barbaries que se cometieron por parte de ambos bandos están entre las páginas más oscuras, teñidas de sonrojo, de la Historia de España. Sin embargo, la Ley de Memoria Histórica aprobada durante el Gobierno de Zapatero, y que ha rescatado el Ejecutivo de Pedro Sánchez, parece olvidar buena parte de los agravios cometidos durante los años de contienda.
Pero lo cierto es que los desencuentros de la II República con la Iglesia llegó desde el primer momento. No en vano, desde 1931 y hasta el final de la guerra, el patrimonio eclesiástico menguó de manera considerable en España debido a la destrucción de un total de 20.000 iglesias.
Así las cosas, no es casualidad que durante la Guerra Civil perdieran la vida un total de trece obispos, 4.184 sacerdotes seculares, 2.365 frailes y casi 300 monjas. De hecho, la ley socialista no reconoce como genocidio las persecuciones religiosas que se produjeron. Las milicias revolucionarias eliminaron, en muchos casos después de terribles torturas y vejaciones físicas y morales, a cerca de 10.000 sacerdotes, religiosos y religiosas. Su único “delito” fue ser católicos.
Fue por ejemplo el caso del obispo de Jaén, que fue asesinado con su hermana por una miliciana apodada “la Pecosa” ante 2.000 personas, cerca de Madrid. También en la capital de España se abandonó el cadáver de un jesuita con un letrero colgado del cuello en el que se leía: “Soy un jesuita”.
A los obispos de Guadix y Almería se les obligó a fregar la cubierta del barco prisión 'Astoy Mendi' antes de ser asesinados en las cercanías de Málaga. La misma suerte corrió el obispo de Ciudad Real que, tras fusilarle, destruyeron su fichero de 1.200 fichas en la que estaba trabajando.
Así las cosas, España se convirtió en un infierno para los miembros de la Iglesia. Ocho décadas después, la izquierda ha tratado de lavarse las manos respecto a esta masacre, bajo la excusa de que aquellos actos fueron perpetrados por delincuentes liberados de las cárceles durante la guerra. Particularmente cruel fue el verano del 36, cuando estalló el conflicto. Entre julio y agosto de aquel año, fueron asesinaron más de 3.000 personas vinculadas al clero. Todo un genocidio que, como hemos comentado, aún no se ha reconocido como tal.