Benedicto XVI, el papa teólogo

El obispo auxiliar de Madrid Juan Antonio Martínez Camino recorre los elementos principales de Ratzinger publicados en su obra Jesús de Nazaret

Ratzinger

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Joseph Ratzinger fue elegido papa el 19 de abril de 2005, con el nombre de Benedicto XVI. Tenía 78 años. Había nacido el 16 de abril de 1927 en un pequeño pueblo de Baviera, llamado Marktl, junto al río Inn, que traza por allí la frontera entre Alemania y Austria. El 11 de febrero de 2013 sorprendió al mundo con el anuncio de su renuncia a la Sede de Pedro, que quedaría vacante el día 28 de aquel mismo mes. Pasados casi diez años, el papa alemán ha muerto en el Vaticano, cumplidos ya los 95 años.

El pontificado de Benedicto XVI fue relativamente corto: 7 años y nueve meses. Pero Ratzinger había trabajado muchos años y muy estrechamente con san Juan Pablo II, quien lo había nombrado Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la fe en noviembre de 1981. Desde entonces había sido en buena medida el alma teológica de la obra del papa polaco. De modo que podríamos decir que la teología de Joseph Ratzinger ha inspirado el gobierno de la Iglesia durante 31 años.

Cuando fue nombrado arzobispo de Munich por san Pablo VI, en marzo de 1977, Joseph Ratzinger era ya un teólogo muy conocido y respetado. Aquel nombramiento dio un giro inesperado a su vida. Lo suyo era el estudio, la investigación y la docencia de la teología. Los cargos de gobierno los aceptó por obediencia y por servicio de la Iglesia. Pero él siempre dijo que su vocación originaria era la teología. No llegaba a los 50 años cuando fue nombrado arzobispo. Pero ya había hecho una carrera teológica muy importante. Al famoso teólogo luterano Wolfhart Pannenberg le oí decir que Ratzinger hubiera escrito la obra teológica más importante del mundo católico alemán en el siglo XX, si no hubiera tenido que dedicarse a las tareas episcopales. De todos modos, sus obras llenan los 25 gruesos volúmenes de los Gesammelte Schrifften y él iba a ser también un arzobispo y un papa teólogo: Un gran pastor teólogo.

El teólogo Joseph Ratzinger, papa Benedicto XVI, ha logrado expresar con gran fuerza argumentativa y, al mismo tiempo, con gran unción espiritual lo que constituye el corazón de la fe cristiana y de la misión de la Iglesia. A saber: que, en Jesucristo, Dios mismo se ha hecho visible y ha mostrado a los hombres su Amor salvador; y que esa revelación de Dios no es un simple hecho del pasado, sino una fuerza divina de hoy, para el futuro, accesible en la Iglesia de los santos, habilitados como testigos de la resurrección por el Espíritu Santo.

La síntesis más lograda de ese trabajo teológico y pastoral se halla en la obra Jesús de Nazaret, publicada por Ratzinger entre 2007 y 2012, ya siendo papa, pero como texto personal. En ella confluye el trabajo de toda una vida. Constituye, tal vez, el núcleo de su legado como teólogo y pastor, cuyos elementos principales es bueno recordar en el momento de su muerte.

1. Había que dar respuesta al enorme desafío planteado por las filosofías racionalistas e inmanentistas de los últimos siglos, que han llegado a calar en el modo de vida de las sociedades llamadas “seculares” y que han afectado seriamente a la Iglesia misma, tanto en la filosofía y en la teología, como en el modo de vida de los cristianos, también de los católicos.

2. Tal desafío se resume en la que Ratzinger llama “la gran pregunta” que subyace a lo largo de todo el libro: “¿Qué ha traído Jesús en realidad?” (139). “Jesús nos dice también a nosotros lo que replicó a Satán y dijo a Pedro y explicó a los discípulos de Emaús: que ningún reino de este mundo es el reino de Dios, el estado salvífico de la Humanidad en cuanto tal. Un reino humano es un reino humano, y quien afirma que puede construir un mundo paradisíaco consiente en el engaño de Satanás y pone el mundo en sus manos [...] ¿Qué ha traído Jesús en realidad si no ha traído la paz mundial, ni el bienestar para todos, ni el mundo mejor? La respuesta es muy sencilla: A Dios. [...] Ha traído a Dios: ahora conocemos su rostro, ahora podemos invocarlo. Ahora conocemos el camino que, como hombres que viven en este mundo, hemos de tomar. Jesús ha traído a Dios y con ello la verdad sobre nuestro destino y nuestro origen; la fe, la esperanza y la caridad. Sólo por la dureza de nuestro corazón creemos que esto es poco. Sí, el poder de Dios es silencioso en este mundo, pero es el poder verdadero, el permanente. [...] Jesús ha vencido en la lucha contra Satanás: a la divinización mendaz del poder y el bienestar, a la promesa falsa de un futuro que merced al poder y a la economía proporcionará todo a todos, Jesús le ha contrapuesto el ser Dios de Dios: Dios como el verdadero bien del hombre.” (139-140).

3. Las ideologías racionalistas e inmanentistas divinizaron las capacidades humanas, al darlas por capaces de construir un mundo suficiente para la vida humana en todos sus aspectos. En esa perspectiva Dios en cuanto Dios resultaba superfluo y carente de realidad. El mensaje cristiano y, en particular, el contenido en la Sagrada Escritura fue abordado con métodos modelados por esas ideologías, que excluían la posibilidad de otra actuación verdaderamente divina que la propia actividad humana. Ese fue el comienzo de los llamados métodos histórico-críticos, que se acercaban a los textos de la Iglesia como supuestos documentos sólo del pasado en de los que habría que expurgar todo lo divino.

4. Que Jesús fuera el Hijo de Dios, habría de ser explicado para ser eliminado. Porque estaba en contra de los presupuestos ideológicos del racionalismo inmanentista.

De este modo, una cierta exégesis protestante comenzó por intentar entender a Jesucristo al margen de la Tradición viva de la Iglesia, para lo que se empleó la teoría de la primitiva “helenización” del cristianismo. El profeta de lo humano Jesús habría sido convertido por la Iglesia en un hijo de Dios al estilo de las divinidades helénicas.

El paso siguiente fue separar a Jesucristo de los Evangelios, de la Escritura, alegando que ya Pablo y los evangelistas habría construido una imagen de Jesús alejada del simple y simpático predicador del Reino de la fraternidad y lo habrían transmutado en un ser divino glorificador del sufrimiento, más que predicador del amor.

Al final, había que creer más a los intérpretes que a la Escritura Santa y que a la Iglesia, a quien aquella había sido dada por el Espíritu y en cuyo seno seguía teniendo su sentido y su fecundidad originarios.

5. Pero todo este proceso acaba poniendo en manos humanas el principio y el futuro de la humanidad. ¿Con frutos buenos para el mundo? Véanse los ofrecidos por el siglo XX. ¿Con una esperanza capaz de alimentar el corazón humano? Véase la desesperanza creciente y la falta de fe no sólo en Dios, sino en sus pretendidos sucedáneos terrenos.

6. Ante esta situación teológica y cultural, Ratzinger presenta a un Jesús, cuya verdad es la reconciliación de Dios con el hombre y del hombre con Dios en su persona divina, en la que se finaliza su naturaleza humana de modo único en favor de todos. ¿Cómo lo hace?

7. En el ejercicio de la exégesis histórico-crítica, con cuidadoso discernimiento de su autenticidad, es decir, poniendo a prueba lo que haya en cada caso de resultado histórico o de imperativo de presupuestos filosóficos racionalistas. Este discernimiento puede hacerlo un método histórico guiado por una razón abierta a la trascendencia. Pero no lo puede hacer de modo conclusivo. De los análisis históricos, por buenos que sean, no se deriva nunca el conocimiento pleno de Dios, es decir, la fe salvífica.

8. El conocimiento completo de Jesucristo y de su identidad plena como revelador de Dios en su propia persona no ha sido dado a la Academia, sino a la Iglesia, a la comunidad de los testigos, de los santos, en la que se recibe la Escritura como Palabra de Dios y en la que se celebran los sacramentos, realización divina de la Palabra. Por tanto, quien quiera estar con Jesús en su verdad, ha de ser un sujeto incluido en el gran sujeto que es la Iglesia. Es la exégesis teológica de la que habla el Concilio Vaticano II en

12.

9. Tal presentación no se puede obtener con un método meramente histórico humano y, menos aún, guiado por un racionalismo cerrado a la trascendencia de Dios. La Escritura Santa no es un simple documento histórico de unos hechos del pasado. La Escritura es el testimonio escrito de la revelación de Dios, cuyos garantes fundamentales son los testigos de la resurrección, los apóstoles y los santos. La Escritura sin la Tradición viva no es capaz de transmitir la realidad de la Revelación divina: la realidad plena del reinado de Dios manifestado en la Cruz de Jesús.

10. Si esto es así ¿cómo se justifica ante la ciencia histórica la confesión de fe de la Iglesia en Jesús como el Señor? Hansjürgen Verweyen dice que Ratzinger, igual que Bultmann, no da respuesta a esta pregunta1. Tal afirmación ha de ser matizada. La necesaria interacción de exégesis y dogma, de historia y confesión de fe, es explicada por Ratzinger en los siguientes términos:

- La Escritura no es la Revelación, sino su referencia escrita auténtica.

- Para interpretar la Escritura en el sentido propio de la Revelación de la que ella da testimonio, es necesario el asentimiento al testimonio más amplio acerca de la Revelación, que ha sido confiado a toda la Iglesia.

- El testimonio personal, es decir, el de los apóstoles y los santos, constituye el horizonte último de interpretación de la historia de la salvación, cuyo punto culminante es la cruz y la resurrección de Jesús de Nazaret.

Benedicto XVI ha divulgado en esta obra algo de una importancia decisiva para la Iglesia. El gran teólogo Ratzinger muestra aquí, en un admirable de ejercicio de la teología, que el Jesús en quien la Iglesia cree como el Cristo, el Hijo de Dios vivo, es el Jesús de la historia, y viceversa. En el lenguaje más técnico de la teología: Ratzinger muestra que una buena teología dogmática no se puede hacer al margen de una buena exégesis histórico-crítica y, viceversa: que una buena exégesis ha de tener en cuenta los principios hermenéuticos exigidos por su propio objeto, que es dogmático, es decir: el Cristo de la fe de la Iglesia. No será fácil encontrar otra obra en la que esta integración de exégesis y teología se encuentre tan lograda 2.

NOTAS

1) Hansjürgen Verweyen, “Joseph Ratzinger - Benedikt XVI. Ein Leben in der Kontinuität von Denken und Glauben”, en: Jean-Heiner Tück, (Ed.), Der Theologenpapst. Eine kritische Würdigung Benedikts XVI, Friburgo/Basilea/Viena, 2013, 507-523, 515.

2) El mismo H. Verweyen lo reconoce, O. c., 517.

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