"La muerte de Benedicto XVI nos ayuda a entender que la historia es una línea trazada por el amor de Dios"

Juan Díaz-Bernardos asegura en la Misa de COPE que la vida de los hombres grandes, como la del Papa emérito, nos ayudan a vivir el presente y afrontar el porvenir con esperanza

Redacción Religión

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"El último día del año el Señor ha llamado a su seno al Papa Benedicto, como si la Divina Providencia quisiera ofrecernos un motivo para nuestra gratitud por la fecundidad de su ministerio, primero como sacerdote y teólogo y, después, como obispo y sucesor de Pedro. La muerte de los hombres grandes –y Benedicto XVI lo ha sido y así acabará por reconocerlo la historia– es ocasión para hacer memoria agradecida del pasado". Así ha comenzado Juan Díaz-Bernardo Navarro su homilía durante la Eucaristía emitida en COPE en el día después de la muerte de Benedicto XVI.

Así, ha explicado la que vida de los hombres grandes "nos motivan para seguir manteniendo razones para vivir el presente y afrontar el porvenir con esperanza, a pesar de las amenazas e incertidumbres siempre presentes. El paso del tiempo nos ayuda a aprender de las generaciones que nos han precedido y que han sabido mantener viva la fe, aún en tiempos turbulentos". Asegurando que es necesario vover la mirada atrás hacia quienes nos precedieron en el signo de la fe, ha recordado la petición del Papa emérito en su testamento espiritual conocido ayer: retornar a la identidad de los orígenes y la permanencia en el mantenimiento firme de la fe.

"En este primer día del año, la muerte del Papa Benedicto nos ayuda a entender que la historia no es una dialéctica de hechos que se confrontan, sino una línea trazada por el amor de Dios providente, que se aúna con los gozos y las sombras de nuestra libertad, para conducirnos al horizonte del encuentro en la comunión definitiva", ha expresado.

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1. El último día del año el Señor ha llamado a su seno al Papa Benedicto, como si la Divina Providencia quisiera ofrecernos un motivo para nuestra gratitud por la fecundidad de su ministerio, primero como sacerdote y teólogo y, después, como obispo y sucesor de Pedro. La muerte de los hombres grandes –y Benedicto XVI lo ha sido y así acabará por reconocerlo la historia– es ocasión para hacer memoria agradecida del pasado. Sus vidas nos motivan para seguir manteniendo razones para vivir el presente y afrontar el porvenir con esperanza, a pesar de las amenazas e incertidumbres siempre presentes. El paso del tiempo nos ayuda a aprender de las generaciones que nos han precedido y que han sabido mantener viva la fe, aún en tiempos turbulentos. Frente al relato sin fondo de la llamada modernidad, a la fascinación del ídolo del progreso y a la dictadura del relativismo, volver la mirada atrás, hacia quienes nos precedieron en el signo de la fe, nos permite el retorno a la identidad de los orígenes y la permanencia en el mantenimiento firme de la fe, tal y como nos ha pedido en su bello y sencillo testamento espiritual conocido ayer. En este primer día del año, la muerte del Papa Benedicto nos ayuda a entender que la historia no es una dialéctica de hechos que se confrontan, sino una línea trazada por el amor de Dios providente, que se aúna con los gozos y las sombras de nuestra libertad, para conducirnos al horizonte del encuentro en la comunión definitiva.

2. En la plenitud de la historia Dios vivo se ha sometido al tiempo, ha venido hasta nosotros. Su abajamiento nos permite intuir otra realidad, más allá de lo aparente. Jesús es Dios con nosotros y así, entendida y vivida desde la fe, la historia es lugar de su presencia salvadora.

Nos lo acaba de anunciar el apóstol: «Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción». Así, «en Jesús –como afirmó el Papa Benedicto– la humanidad comienza de nuevo» («La infancia de Jesús», 18).

Y así lo contempla hoy la Iglesia en la mirada de los pastores, que “fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José y al niño acostado en el pesebre”. Lo contempla también en la mirada de José, que ha entendido que en el nombre del niño que ha nacido de su mujer se manifiesta su grandeza: Jesús es Dios que salva. Y en la de María, que contempla el Misterio de Dios hecho carne en sus entrañas y conserva todas estas cosas, «meditándolas en su corazón…». Ella es la primera contemplativa y, con ella, la humanidad entera contempla también a quien, perteneciendo a la eternidad, se ha manifestado en el tiempo. En Ella Dios ha puesto su morada. Ha acampado en Ella. La Palabra eterna se ha hecho carne, criatura, Dios con nosotros, nueva humanidad, Humanidad de Dios.

3. Hoy, como los pastores, acerquémonos también nosotros hasta Belén para contemplar a María con el Niño en su regazo. Es una imagen de ternura que se eleva hasta el infinito al saber que contemplamos al Hijo de Dios, acunado en el regazo de su madre. Ciertamente, lo grande se ha hecho pequeño hasta el límite de lo no imaginable. Y así, el que enaltece a los humildes, devuelve a lo pequeño la grandeza que supera todas las expectativas humanas.

Ahora, el universo entero, desde el primer instante de la creación hasta el último segundo del tiempo, se ha hecho plenitud en un instante. La misericordiosa ternura de Dios se ha hecho carne en las entrañas de una madre que sostiene a su Hijo en su regazo y la vida es ya otra vida y la historia es ya otra historia: ahora –explica Benedicto XVI– aquellos que creen en el nombre de Cristo, reciben por ello un nuevo origen. Por el nacimiento de Jesús de la Virgen María «el que cree en Jesús entra por la fe en el origen personal y nuevo de Jesús, recibe este origen como el suyo propio. De por sí, todos estos creyentes han nacido ante todo ‘de la sangre y del amor humano’. Pero la fe les da un nuevo nacimiento: entran en el origen de Jesucristo, que ahora se convierte en su propio origen. Por Cristo, mediante la fe en él, ahora han sido generados por Dios» (Ib. 20). «Como sois hijos –nos ha dicho el apóstol- Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama ¡Abba! Padre. Así que ya no eres esclavo, sino hijo, y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios…»

Así nosotros, que, con el silencio elocuente de José, y como los admirados pastores, hoy contemplamos la sonrisa de María que sostiene al Niño en su regazo, por la fe hemos sido engendrados en el seno de la Iglesia Madre, y ahora somos hijos y herederos, partícipes de la vida y el amor del Padre. La Divina Providencia, que a veces se expresa por los medios más sencillos e inesperados, ha querido llamar a su seno a su siervo Benedicto el día séptimo de la Octava de la Natividad del Señor, en la víspera de la solemnidad de Santa María, Madre de Dios, y en la humilde casa de María, Madre de la Iglesia. Pidámosle hoy que, con la misma sonrisa, acoja el alma del Papa Benedicto en su regazo para conducirla hasta la presencia de su Hijo, no solo «juez justo, sino también amigo y hermano». «Ser cristiano –escribió el Papa Benedicto hace tan solo unos meses– me da el conocimiento, además, de la amistad con el juez de mi vida y me permite cruzar con confianza la oscura puerta de la muerte» (Carta a los fieles de Munich, 8 de febrero de 2022).

4. Y este 1 de enero celebramos la Jornada Mundial de la Paz. En su mensaje el Papa Francisco recuerda que «nadie puede salvarse solo» y nos invita a «trazar juntos caminos de paz», «aunque los acontecimientos de nuestra existencia parezcan tan trágicos y nos sintamos empujados al túnel oscuro y difícil de la injusticia y el sufrimiento, estamos llamados a mantener el corazón abierto a la esperanza, confiando en Dios que se hace presente, nos acompaña con ternura, nos sostiene en la fatiga y, sobre todo, guía nuestro camino».

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