El reencuentro del Papa con la familia kurda a la que puso a salvo en Roma

La vida de la familia de Imán cambió cuando el Papa viajó a Chipre en diciembre de 2021. Ella, de religión musulmana, acudió al último encuentro con el pontífice en Nicosia

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Eva Fernández Huéscar

Roma - Publicado el - Actualizado

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Desde aquel encuentro fugaz en Chipre, Imán no había vuelto a ver al Papa, aunque Francisco seguía de cerca las vicisitudes de la instalación de su familia en el nuevo país. Imán y su marido Rebwar tienen 4 hijos: Halwest, Ayad, Hastyar y Asmaa, la única hija, a la que de mayor le gustaría dedicarse a la pintura.

Desde que el pasado 29 de marzo llegaron a Roma viven en el Trastevere, acogidos por la Comunidad de San Egidio. Una solución temporal hasta que aprendan bien el italiano y puedan encontrar trabajo para iniciar su vida de forma independiente. Rebwar, el padre de familia, es experto en hacer pizzas y le gustaría dedicarse a ello, mientras que Imán esta a punto de conseguir su primer diploma en Italia tras haber participado en un taller de cocina.

Silvina Pérez dirige la edición española del Osservatore Romano. Ella ha sido la principal artífice de que la familia de Imán se encuentre hoy en Roma gracias a un encuentro providencial en Chipre. Desde la llegada de la familia a Italia había buscado el mejor momento para que Imán pudiera reencontrase con Francisco y presentarle a su familia. Y el día fue el miércoles 1 de junio, al finalizar la Audiencia General.

Apenas llevan 2 meses en Italia, por lo que su italiano sigue siendo escaso, aunque los niños lo hablan ya con bastante fluidez. Por eso quisieron “aprenderse” unas palabras en español e italiano para decirle al Papa: “Santo Padre, usted es el mejor” y “Lo queremos mucho”. Añadieron, además, en una libreta -que posteriormente mostraron al Papa- un breve texto con lo esencial: “Gracias por habernos traído a España” … “Mis hijos ahora tienen una vida mejor que en Irak y en Chipre” …. “Gracias por permitirnos ser sus vecinos”.

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Había muchos nervios antes de que llegara el momento, pero en cuanto se encontraron frente al Papa todo resultó fácil. No fueron necesarias muchas palabras. Se produjo un intercambio de saludos y de gestos que la familia de Imán recordará siempre. Nada más verlos, el Papa los reconoció al instante: “¡Mi familia kurda”, dijo al saludarlos! ¡Gracias por habernos traído a Italia, reiteraron todos antes de que los peques lo abrazaran! ¡Qué bravos sois!, insistió el Papa; “Con el poco tiempo que lleváis en Italia ya habláis la lengua”. Imán le mostraba el cuaderno en el que había escrito su agradecimiento y su hija Asmaa le entrego el dibujo que había diseñado para regalarle al pontífice. Todos, uno a uno, dieron al Papa un buen apretón de manos y recibieron como regalo un Rosario. Son musulmanes, pero eran muy conscientes de que habían recibido un objeto muy preciado y con gran valor simbólico que guardarán siempre como un tesoro.

Una historia de dolor desde que tuvieron que huir de Irak

Imán se casó muy joven, recién cumplidos los 15 años. Poco después de tener a su segundo hijo tuvieron que huir de Iraq. Consiguieron llegar a Chipre con la esperanza de entrar en Europa, pero quedaron varados en un campo de refugiados. Su historia tiene un prólogo marcado por la violencia, la huida y dolor. Nació en el Kurdistán iraquí, y su vida refleja el drama de un pueblo al que la comunidad internacional ha dado sistemáticamente la espalda.

La inestabilidad, la corrupción y los continuos ataques de Turquía sobre la ciudad donde residía le hicieron tomar la decisión de intentar llegar a Europa junto a su marido y los dos hijos que tenía en ese momento. Ahora son cuatro: Halwest, Ayad, Hastyar y Asmaa, la única hija.

Al llegar a Chipre tardaron mucho tiempo en conseguir el estatus de refugiado, -lo obtuvieron en 2018-, y eso que se encuentran entre los afortunados, porque la espera suele alargarse más de 10 años. Esa incertidumbre les golpea a diario, más aún cuando malviven en uno de los dos campamentos de refugiados de la isla. En esas casas prefabricadas amontonadas una junto a otra lo peor no es la suciedad y la falta de higiene, sino el tedio interminable, la falta de trabajo y futuro, los largos días de espera sin saber en qué momento podrán iniciar una nueva vida y ofrecer un destino a sus hijos.

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El día que Imán conoció a Francisco

El pasado tres de diciembre de 2021, Imán acudió a la Iglesia de la Santa Cruz en Nicosia por simple curiosidad, sin saber que esa decisión cambiaría su vida. Sabía que el Papa Francisco viajaría a Chipre, y aunque ella es musulmana sentía gran curiosidad por conocerle. Alguno de los voluntarios de Cáritas que les proporcionan ayuda le había dicho que el Papa iba a mantener un encuentro con inmigrantes y le facilitaron una entrada. Cuando llegó al templo, cubierta con su habitual Hijab, la mayoría de las filas de bancos estaba ocupada y se sentó en uno de los últimos puestos.

Durante el encuentro varios jóvenes contaron al Papa su testimonio. Fue una dolorosa enumeración de historias con las que Imán se identificaba. Thamara, de Sri Lanka, relató al Papa que a menudo se sentía como un número. La brutalidad de la migración pone en peligro la identidad de la persona, le respondió el pontífice: “No somos números ni individuos que haya que catalogar – subrayó Francisco - somos ‘hermanos’, ‘amigos’, ‘creyentes’ y ‘prójimos’ los unos de los otros”.

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Pero el testimonio que puso un nudo en la garganta de Imán fue el de Rozh, forzado a huir de Irak para escapar de la violencia, las bombas y el hambre. Contó al Papa que tuvo que caminar muchos días a pie y también escondido en los bajos de un camión, y que incluso estuvo a punto de naufragar en el Mediterráneo. Imán nunca había escuchado a un líder religioso que dijera abiertamente que no podemos “quedarnos callados y mirar para otro lado, en esta cultura de la indiferencia”.

Al final de la Iglesia, muy cerca de Imán se encontraba una de las periodistas que acompañaban al Papa en el viaje. Se llama Silvina y se encuentra al frente de la edición española del Osservatore Romano.

La intervención de una periodista que no se olvidó de Imán

Lo que ocurrió aquel día en esta Iglesia de Nicosia es la demostración palpable de lo que sucede cuando el trabajo profesional no se antepone a las personas. Aquel día Silvina cubría el último encuentro del Pontífice en Chipre antes de poner rumbo a Grecia, la segunda parte de su viaje.

Lo habitual en estos viajes es que los periodistas acudan con antelación, adelantándose a la llegada del Papa. Durante la espera Silvina saludó a Imán y les dio el tiempo justo para conocerse y, a petición de la propia Imán, para hacerse una fotografía juntas. Desde ese momento Imán entro a formar parte de la propia historia de Silvina. Tan sólo fueron suficientes unos instantes para que cambiara un destino que parecía condenado a perpetuarse en Chipre.

En las siguientes semanas siguieron en contacto hasta que un día Silvina recibió un mensaje desesperado de Imán. Llevaban seis meses sin recibir el subsidio de 180 euros que el gobierno de Chipre les daba para mantenerse y le suplicaba ayuda.

Silvina forma parte de ese grupo de periodistas que detestan ser noticia en las crónicas, pero en esta ocasión resulta imposible no nombrarla porque su intervención fue esencial. Y no es la primera vez. Silvina es “reincidente”. Entre el equipaje del avión que llevó al Papa a Mozambique consiguió meter las sillas de ruedas que había utilizado su madre antes de fallecer. Gracias a ellas, Laura, una pequeña del poblado perdido de Mangundze que se había pasado los primeros siete años de su vida arrastrándose por el suelo pudo moverse con más facilidad. En aquella ocasión este equipaje extra se convirtió en una empresa imposible. Los organizadores de la logística no entendían la urgencia de trasladar a Mozambique dos sillas de ruedas. Aprovechando una conversación con el Papa, Silvina le contó lo que ocurría. Al poco recibió una llamada de Francisco: “No te preocupes. Me encargo yo de las sillas. Me las llevo como equipaje personal”.

Volviendo a nuestra historia, a partir de aquel mensaje lleno de angustia, Silvina comenzó a mover los hilos para intentar que la familia de Imán pudiera formar parte de los Corredores Humanitarios coordinados por la Comunidad de San Egidio para traer a migrantes y refugiados varados en Chipre.

Una gestión "difícil"

Una vez más la gestión no parecía fácil. Traer a estas personas requiere un papeleo muy estricto, puesto que los trámites se realizan siguiendo los cauces que marca la ley y las personas destinadas a viajar a Italia llevaban tiempo seleccionadas. Aquí es donde Silvina volvió a llamar a la puerta del Papa Francisco. Le habló de la situación en la que se encontraba Imán y su familia y el Pontífice se ofreció a mediar, asumiendo incluso personalmente el coste del traslado si fuera necesario.

El resultado de la gestión de Francisco fue inmediato. Imán junto a su marido y sus cuatro hijos Halwest, Ayad, Hastyar y Asmaa ya han comenzado una nueva vida en Roma gracias al pontífice y a una periodista con ganas de “hacer lío”.

Sus primeros pasos en Italia están centrados en la integración: aprender italiano, escolarizar a sus hijos, que a juicio de sus profesores van muy bien en el colegio y buscar trabajo para sacar adelante a su familia.

Una historia que surgió de un encuentro fortuito y que lleva la impronta de Francisco y de todas las personas que trabajan por los demás sin buscar agradecimientos.

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Corredores humanitarios desde Chipre hasta Roma

A mediados del pasado mes de diciembre llegaba a Roma el primer grupo de 12 inmigrantes que se encontraban en Chipre, gracias a la mediación de la Santa Sede con motivo de la visita del Papa Francisco a este país del Mediterráneo. A ellos se sumaron en enero de 2022 otros 17 refugiados más, fruto de la organización de la Comunidad de Sant'Egidio, muy experimentada en los Corredores Humanitarios. La meta inicial era llegar a 50.

Una demostración más de que los viajes del Papa no se quedan sólo en palabras, porque Francisco no se olvida de las personas que conoce en cada uno de sus encuentros. A muchos de ellos les había saludado el pontífice cuando finalizó la oración ecuménica en la Iglesia de la Santa Cruz de Nicosia. Entre ellos se encontraba Imán.

Tanto su traslado como la acogida en Italia es posible gracias a un acuerdo entre la Secretaría de Estado de la Santa sede, las autoridades italianas y chipriotas, con la colaboración de la Sección para los Migrantes y Refugiados de la Santa Sede y la Comunidad de Sant'Egidio.

Una vez que llegan a Italia lo prioritario es buscar alojamiento y facilitar el proceso de integración, que seguramente durará hasta que se les conceda el asilo político, un año en total.

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