No es cuestión de mayorías
José Luis Restán analiza el cómo se dan en ocasiones los debates que existen dentro de la Iglesia
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Durante su catequesis en la Audiencia general, el Papa ha dicho que siente tristeza cuando ve alguna comunidad que, incluso con buena voluntad, piensa que la Iglesia se hace discutiendo en reuniones, como si fuera un partido político.” Que si la mayoría piensa esto, que si la minoría lo otro…” No sé hacia dónde miraba Francisco cuando dejó claro que la Iglesia no funciona como un partido político, a base de mayorías y minorías, pero el desarrollo de su catequesis, especialmente los pasos que introdujo “a braccio”, como dicen los italianos, me ha hecho pensar en su carta de junio de 2019 a la Iglesia en Alemania, con motivo del denominado “Camino Sinodal”.
Está muy bien debatir, la Iglesia lo ha hecho desde la época de los Hechos de los Apóstoles, pero en ocasiones los términos del debate llevan a preguntarse (se lo pregunta el Papa) "¿dónde está el Espíritu Santo ahí?, ¿dónde está la oración?, ¿dónde está el amor comunitario?, ¿dónde está la Eucaristía?". Para evaluar si una situación es eclesial, ha dicho Francisco, hay que atender a esas cuatro coordenadas: escuchar la enseñanza de los apóstoles (que hoy resuena en los obispos, en comunión con Pedro), custodiar la unidad en la caridad, celebrar la Eucaristía y cuidar la oración.
Si falta el Espíritu Santo “podremos hacer una hermosa asociación humanitaria, caritativa, buena... pero no habrá Iglesia”. La Iglesia no es un partido, ni un mercado, ni una empresa, ni una ONG. “La Iglesia es obra del Espíritu Santo, que Jesús nos ha enviado para reunirnos”. La Iglesia se construye, crece y se desarrolla, mediante el trabajo del Espíritu en la comunidad cristiana: y el Espíritu actúa a través de la predicación apostólica, a través del testimonio de los santos, a través de los sacramentos (singularmente de la Eucaristía), y a través de la oración.Todo lo que crece fuera de estas coordenadas no tiene fundamento, es como una casa construida sobre arena.
Del Espíritu Santo recibimos el impulso para ir, para anunciar, para servir. Si no, ¿de qué vamos a salir, a arriesgar, a afrontar riesgos y humillaciones? Sólo gracias a Su impulso, los cristianos caminamos por los senderos de la misión (en la familia, en el trabajo, en el tiempo libre, en la vida pública) y hacemos presente a Jesús nuevamente para bien de los hombres y mujeres con los que nos encontramos. “Es Dios quien hace la Iglesia, no el clamor de las obras”, dijo el Papa. Y conste que las obras son extraordinariamente importantes, pero no son ni el fundamento ni la medida última de la misión de la Iglesia.
Creo que se trata de una saludable llamada de atención para todos nosotros, para nuestras comunidades, y creo que también para algunas iniciativas que aunque nazcan de ámbitos eclesiales y gocen de mucho relumbrón mediático, quizás no responden a estas claves. Como ha dicho el Papa, no basta decir que “hacemos Sínodo”. Un camino sinodal requiere acoger el trabajo del Espíritu Santo en la comunidad cristiana, y si no, será otra cosa.