No perdamos la calma

La Iglesia está en crisis desde la primera agarrada entre Pedro y Pablo a cuenta de la circuncisión

No perdamos la calma

José Luis Restán

Publicado el - Actualizado

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A veces puede dar la impresión de que la Iglesia es un tiovivo que se ha salido de madre. Algunos hablan de un “junio negro”, con la temperatura eclesial al alza en Alemania y los Estados Unidos, la polémica entre el Vaticano y la República Italiana en torno a la ley contra la homofobia, y la apertura de juicio contra varios funcionarios vaticanos y el cardenal Ángelo Becciu. Y para rematar el cuadro, llega la inesperada intervención quirúrgica al papa que abre las compuertas a todas las fantasías. “La Iglesia arde”, ha escrito nada menos que Andrea Riccardi. Pero no perdamos la calma, ya nos previno el gran Newman sobre que “la Iglesia siempre parece estar muriendo… la suya es una historia de caídas aterradoras y de recuperaciones extrañas y victoriosas”.

Que el momento es complicado no es ningún secreto, pero conviene acotar los espacios y los temas. La Iglesia está en crisis desde la primera agarrada entre Pedro y Pablo a cuenta de la circuncisión. La Iglesia no es la academia, es un pueblo vivo, alegre y doliente, que surca el mar de la historia. Por eso dice Francisco que “la Iglesia se reforma con la unción de la gracia, con la fuerza de la oración, con la alegría de la misión, con la belleza cautivadora de la pobreza”. Lo contrario de algunos conspicuos reformadores.

El problema no es que haya crisis (la había cuando surgieron los benedictinos, o cuando aparecieron san Francisco o santa Teresa) sino que la crisis obedezca a un vaciamiento de la fe, especialmente en los países de antigua tradición cristiana. Lo que es importante es no equivocar el diagnóstico y no caer en la tentación de los iluminados de todas las épocas, que han pretendido realizar la renovación desentendiéndose del cuerpo real de la Iglesia, cuerpo que puede estar herido y cansado, pero que es el lugar al que se ha ligado el Espíritu.

Francisco lo está señalando con fuerza, pero no es seguro que alguien lo escuche: “si faltan el asombro y la adoración, si faltan la escucha del Espíritu y la primacía del conjunto de la Iglesia”, solo tendremos discusiones estériles y agotadoras que desgarran el cuerpo eclesial e impiden que lleve a cabo su misión en el mundo.