Una luz de Oriente
La elección de un filipino como nuevo General de los Dominicos es señal de florecimiento de un territorio de la Iglesia, que es un único cuerpo
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Hace pocos días el Capítulo General de la Orden de Predicadores eligió por primera vez a un asiático, el filipino Gerard Timoner, como sucesor de santo Domingo de Guzmán. El capítulo se está celebrando en Vietnam, no por exotismo. La pujanza de las comunidades católicas en Corea, Filipinas, Vietnam, Indonesia o la India está a la vista de todos: no me refiero solo a datos objetivos, como el número de ordenaciones sacerdotales, vocaciones religiosas o bautismos, sino a la vitalidad de la fe, a la unidad del pueblo con sus pastores y a la valentía del testimonio.
Es bastante estúpido decir (como rezaba un reciente titular de periódico) que la Iglesia intenta compensar su decadencia en Occidente con el crecimiento en el Extremo Oriente. Aquí no hay equilibrios contables ni estrategias de compensación. La fe es una vida y como tal crece, y a veces se debilita o enferma. Nunca es una realidad estática.
La llama puede encenderse en cualquier rincón de Europa, y puede apagarse en cualquiera de estos florecientes países, porque siempre es un misterio de Gracia y de libertad. Por otra parte el cuerpo de la Iglesia es uno en el espacio y en el tiempo. El provincial de Hispania, fray Jesús Díaz Sariego, me recordaba que fueron los dominicos españoles los que cimentaron, muchas veces con su martirio, la evangelización de Filipinas y de Indochina. Y ahora es de esas latitudes de donde llega la savia nueva.
Un hecho relevante es que la fe cristiana no goza en esa región del cobijo de una cultura ambiental, ni de un especial reconocimiento institucional. En algunos países la persecución está fresca en la memoria de las familias cristianas; en otros la convivencia no es fácil, debido a su condición de minoría en entornos islámicos o hinduistas. La sensación de extrañeza cultural por parte de sus vecinos ha obligado a estos cristianos a conquistar su reconocimiento como ciudadanos, no sin grandes sacrificios. Incluso en Filipinas, el único gran país de mayoría católica, la situación es difícil, porque el poder ha puesto a la Iglesia en la diana, y porque en el sur golpea el islamismo más violento: la catedral de Joló, devastada por yihadistas en enero, acaba de ser consagrada de nuevo.
Todo el cuerpo se alegra cuando uno de sus miembros florece. En los países de antigua tradición cristiana podemos aprender mucho de esta fe pujante y martirial, al igual que ellos han recibido de nosotros tantos bienes. No sabemos cómo se orientará este flujo de dones en el futuro. Por cierto, en China sigue abierto un proceso apasionante y dramático al respecto. Aún tienen que desvelarse muchas cosas en el antiguo Celeste Imperio.