Asia Bibi, nueve años en una prisión paquistaní acusada de blasfemia
La mujer permanece fuerte en el cuerpo y en el espíritu tras tanto tiempo en injusta reclusión
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Asia Bibi ha pasado su novena Navidad tras los barrotes de una cárcel de seguridad en Pakistán, acusada injustamente de haber proferido una blasfemia tan sólo porque invocó el nombre de Jesús entre sus vecinas mientras lavaba la ropa. En la vigilia de la Navidad Asia ha podido reunirse durante cuarenta minutos con su marido, Ashiq, y sus dos hijas, Eisham y Esha. Han conversado, han rezado juntos y se han abrazado conmovidos. Incluso han podido compartir, gracias a un permiso especial, unos dulces navideños.
El responsable de la Fundación que se ocupa del recurso legal presentado ante la Corte Suprema de Pakistán, y también de asegurar la educación de los hijos de Asia, ha contado al periódico digital Vatican Insider cómo se ha desarrollado este encuentro, en el que una vez más se ha revelado la firmeza de la fe de esta mujer, capaz de consolar a sus hijas que lloraban por la ausencia prolongada de su madre, y de asegurar que Dios ha dispuesto para ella un camino providencial y que se siente continuamente acompañada por Él.
En esta ocasión Asia ha sido informada de que la Iglesia católica está celebrando en Pakistán el Año de la Eucaristía, y con este motivo ha pedido que pueda visitarla en la cárcel un sacerdote para que pueda confesarse y recibir la comunión. También ha pedido que se traslade al Papa Francisco y a todos los cristianos del mundo, su petición de que recen por ella, por su salvación y por su libertad. Recordemos que sobre esta mujer pesa actualmente una condena a muerte en aplicación de la perversa Ley de blasfemia, si bien se encuentra a la espera de la decisión de la Corte Suprema pakistaní ante la que ha sido interpuesto un recurso.
El testimonio que llega desde el interior de la cárcel de Multan es que Asia Bibi permanece fuerte en el cuerpo y en el espíritu tras diez años de injusta reclusión y, mientras espera su liberación, vive su condición totalmente identificada con Cristo, el inocente por antonomasia, que no abría la boca contra sus perseguidores sino que los perdonaba… porque no saben lo que hacen.