Madrid - Publicado el - Actualizado
3 min lectura
Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
Les agradezco por su bienvenida, ¡tan calurosa!. ¡Gracias, muchas gracias! Son ustedes los que me reciben al ingreso de Milán, y esto es un gran regalo para mí: entrar en la ciudad encontrando los rostros, las familias, una comunidad.
Y les agradezco por los dos regalos especiales que me han ofrecido.
El primero es esta estola, un signo típicamente sacerdotal, que me ha tocado de un modo especial porque me recuerda que yo vengo aquí en medio de ustedes como sacerdote, entro en Milán como sacerdote. Esta estola no la han comprado ya hecha, ha sido creada aquí, ha sido tejida por alguno de ustedes, de manera artesanal. Esto la hace mucho más preciosa; y recuerda que el sacerdote cristiano es elegido por el pueblo y al servicio del pueblo; mi sacerdocio, como el de su párroco y de otros curas que trabajan aquí, es un regalo de Cristo, pero está “tejido” por ustedes, por nuestra gente, con su fe, con sus fatigas, con sus oraciones, con sus lágrimas… esto es lo que veo en el signo de la estola. El sacerdocio es don de Cristo, pero “tejido” por ustedes y esto veo en este signo.
Y luego me han regalado la imagen de su virgencita: como era antes y como es ahora después de ser restaurada, la imagen de la virgencita. Yo sé que en Milán me recibe la Virgen, en la cima de la Catedral, pero gracias a su regalo, la Virgen me recibe ya desde aquí, desde el ingreso. Y esto es importante porque me recuerda a la urgencia de María, que corre al encuentro de Isabel. Es la preocupación, la solicitud de la Iglesia, que no se queda en el centro a esperar, sino que va al encuentro de todos, en las periferias, va al encuentro incluso de los no cristianos, y de los no creyentes…; y trae a todos a Jesús, que es el amor de Dios hecho carne, que da sentido a nuestra vida y la salva del mal. Y la Virgen va al encuentro no para hacer proselitismo, ¡no! Sino para acompañarnos en el camino de la vida e incluso el hecho de que la Virgen me esté esperando en la puerta de Milán me ha hecho recordar cuando era pequeño, de pequeños volvíamos del colegio y estaba nuestra mamá en la puerta esperándonos. Y ¡la Virgen es Madre! Y siempre esta primero, está delante para recibirnos, para esperarnos. ¡Gracias por esto!
Y también es significativo el hecho de la restauración: esta virgencita suya ha sido restaurada, como la Iglesia siempre ha necesitado de ser “restaurada”, porque es hecha por nosotros, que somos pecadores, todos ¡eh! Somos pecadores. Dejémonos restaurar por Dios, con su misericordia. Dejémonos limpiar el corazón, especialmente en esta tiempo de Cuaresma. La Virgen esta sin pecado, ella no necesita ser restaurada, pero su estatua si, y así como Madre nos enseña a dejarnos limpiar por la Misericordia de Dios, para testimoniar la santidad de Jesús. Y hablando fraternalmente una buena confesión nos hará tanto bien a todos, ¡eh! O ¿no? Pero también pido a los confesores que sean misericordiosos.
¡Gracias de corazón por estos regalos! Y sobre todo gracias por estar aquí, por su recibimiento y su oración, que me acompañan en el ingreso de Milán. El señor les bendiga y la Virgen les proteja. Y por favor no se olviden de rezar por mí. Y ahora recemos a la Virgen.
[Ave María y Bendición]
Y ¡hasta la vista!