Los testigos de Emaús

Los testigos de Emaús

José-Román Flecha Andrés

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“A Jesús lo resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos” (Hch 2,32). En el discurso que el día de Pentecostés dirige Pedro a los judíos y habitantes de Jerusalén evoca la misión y la obra de Jesús. Dios lo acreditó por medio de milagros, de signos y de prodigios que todos pudieron ver. Aunque sus oyentes condenaron a Jesús a morir en la Cruz, Dios lo resucitó de entre los muertos. Y de su resurreccion son testigos los discípulos que han recibido el Espíritu Santo.

En el salmo responsorial proclamamos nuestra confianza en el Señor que nos va enseñando y guiando por el camino de la vida (Sal 15).

En los domigos de Pascua seguimos leyedo la primera carta de Pedro. En ella se nos recuerda que por la sangre de Cristo hemos sido liberados de nuestra conducta “inútil” para que podamos poner en Dios nuestra fe y nuestra esperanza (1 Pe 1,17-21).

El desaliento

El evangelio que hoy se proclama es es una parábola de la fe cristiana (Lc 24,13-36). Dos discípulos de Jesús caminan hacia Emaús. Se consideran defraudados por Jesús. Se alejan de la comunidad, tal vez para regresar a su vida anterior al encuentro con aquel “profeta”.

Pero son alcanzados por otro caminante. Es un forastero que parece ignorar todo lo que ha ocurrido en Jerusalén. No es fácil explicárselo. Sobre todo, porque a la narración de los hechos, añaden la confesión de sus propios sentimientos.

De hecho pronuncian una frase que refleja su pasado y su presente: “Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel”. Esperaban mucho de Jesús, pero no se imaginaban esa muerte que él mismo había anunciado varias veces. Ahora se sienten frustrados y abatidos.

Sin embargo, aceptan la aspera corrección que les drige aquel desconocido peregrino y escuchan atentamente la lección que les imparte sobre las Escrituras. No solo eso, sino que lo invitan a comer con ellos. Y en el transcurso de esa comida lo reconocen como su Señor en el gesto de partir el pan.

La noticia

El novelista Gilbert Cesbron escribió que “el camino de Emaús pasa por delante de nuestras puertas”. El camino de Emaús es el símbolo de nuestro propio camino.

• Unas veces lo emprendemos con tristeza y desaliento. Caminamos tratando de olvidar la vocación primera. En la práctica pretendemos renegar de aquellos altos ideales que podían dar sentido a nuestros proyectos y esperanzas.

• Y otras veces lo reemprendemos con alegría y decisión. Eso ocurre cuando hemos recibido la gracia de un encuentro. Del encuentro con Aquel que nos llamó y que nunca nos ha abandonado. Cuando redescubrimos su misión que es también la nuestra.

• El peregrino acepta compartir con nosotros unos alimentos que apenas pueden calmar nuestra hambre. Pero entre sus manos, el pan adquiere el significado de la vida que él nos ha dado con su palabra, Esa nueva vida que esperamos compartir con él para siempre.

Señor Jesús, te damos gracias porque nunca nos olvidas. Tú sales a nuestro encuentro. Tú nos recuerdas el sentido de tu vida y nos ayudas a comprender y aceptar el sentido de nuestra propia vida. No permitas que perdamos la esperanza. Y guía nuestros pasos para que podamos dar a los demás la noticia de tu presencia de Resucitado. Amén.