Don Marcelo, maestro de vida interior

Don Marcelo acompañado de Juan Pablo II, portada del libro.

Antonio R. Rubio Plo

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Las biografías que perduran en el tiempo no son las que describen minuciosamente la vida del biografiado y lo presentan como alguien condicionado de modo irreversible por las circunstancias de su época histórica. Las biografías perdurables son las que hacen trascender al biografiado y nos lo presentan como un modelo, una referencia para todas las épocas. Recordemos aquello de “El hombre para todas las horas” que decía Erasmo en alusión a Tomás Moro. 

Esta consideración pretendo aplicarla a la monumental biografía en dos volúmenes de don Santiago Calvo Valencia, secretario personal durante más de cuatro décadas del que fuera arzobispo de Toledo. 

Don Marcelo: navegante y sembrador (Ed. Homo Legens) es una colosal tarea en la que el autor principal ha contado con la inestimable colaboración de los sacerdotes Alberto José González Chaves y José Luis Galán Muñoz. 

¿Por qué leer esta biografía? Porque es más que una sucesión de acontecimientos en una vida como la don Marcelo, que conoció en primera persona complejas situaciones eclesiales y políticas. En mi opinión, lo más atractivo de ella es el legado del arzobispo de Toledo presente en sus homilías, discursos, conferencias, reflexiones y notas de toda índole. 

Además de las frecuentes e interesantes anécdotas, el libro ofrece destacados y valiosos fragmentos de ese legado intelectual. Sin él, no podríamos conocer la auténtica -y atractiva- personalidad de don Marcelo. 

Por eso quiero recomendar al lector, con ansias de espiritualidad y de aumentar sus conocimientos, la visita frecuente a la web https://www.cardenaldonmarcelo.es/ 

Allí encontrará teología, historia o filosofía, entre otras materias, pero también descubrirá las raíces de una profunda vida interior extendida a variados ámbitos, aunque sin perder de vista nunca la primera referencia, en este caso el primer Amor: Cristo.

Decía don Marcelo en una de sus conferencias: “Sin interioridad, los hombres no defienden la vida, defienden la locura que les emborracha con su poder sin fundamento (..) En la interioridad del hombre nace la fuerza para todo. Sólo cuando la semilla escondida en tierra ha germinado y prendido, entonces brota una pequeña planta. Si está bien radicada, la planta ira creciendo hasta que muestre con su vitalidad y lozanía la extensión de su profundidad”. 

Por eso, me permito afirmar que don Marcelo es un buen maestro de vida interior, un maestro en el arte de la contemplación, que es una forma de salir de uno mismo, y que en nuestra sociedad del continuo apresuramiento no parece valorarse demasiado. Don Marcelo bebió de muchas fuentes de espiritualidad cristiana, entre ellas la del Carmelo o la de san Agustín, pero en todas ellas encontró idéntica convergencia: nuestra existencia personal tiene su raíz en Dios, nuestra interioridad brota de Él. Escribió al respecto: «En el hombre interior habita la verdad. Sólo somos nosotros mismos cuando nos encontramos con Dios”. 

Leer a don Marcelo y meditar sus enseñanzas es un buen itinerario para profundizar en la vida interior.

Ni que decir tiene que la interioridad en don Marcelo está asociada a lo sagrado. Por eso, en sus escritos advierte que una de las raíces de las desgracias que afectan a nuestra sociedad es la pérdida del sentido de lo sagrado: “El empobrecimiento del sentido de lo sagrado perjudica la relación con el mundo, con otras personas y con la vida propia. En esta debilitación se ve un menguar progresivo del sentido de la vida que tiene consecuencias en todos los campos. 

Todo se hace menos importante; las raíces se aflojan, se superficializa el proceso vital; las ordenaciones, normas e imperativos éticos disminuyen en capacidad para obligar a la conciencia. La ética humana se convierte en un cierto modus vivendi exteriorista, circunstancial, sin fuerza ni valor. (…) Al desaparecer el elemento religioso, se debilita cada vez más la obligación interior. Se impone entonces la mera ambición o se sucumbe a las estructuras del Estado o los partidos, sin ninguna instancia profunda y radical en la que poder apoyar su dignidad personal y sin tener nada a lo que apelar. El hombre se convierte en un ser sin raíz ni fundamentación, sin arraigo para su dignidad, que se desvía hacia un camino en el que se hunde y destroza lo más personal y propio de su «yoidad» “.

Pero el sentido cristiano de la vida no puede quedar reducido a una interioridad “individualista”, por no decir egoísta. Habrá que recordar de continuo que Cristo no vino a ser servido sino a servir (Mt 20,28). Es la buena noticia del mensaje cristiano, que contrasta con el desmesurado culto a las ambiciones personales como fuente de liberación. El lema episcopal de don Marcelo era bien explícito, Pauperes evangelizantur, el anuncio del evangelio a los pobres, porque pobres somos todos, aunque afirmarlo produzca perplejidad. 

Lo son tanto los que pasan necesidades materiales como aquellos que se consideran en posesión de todos los recursos. Bien entendió don Marcelo que el anuncio pasa por el servicio: “Hay una forma de ejercer la libertad que nos enseñó Jesucristo: la del servicio. Ese servicio es propio de la fuerza del hombre que se siente responsable de la vida. De todo lo que se llama vida: trabajo, familia, pueblo, cultura, ordenación de la patria, lo internacional. Todo este servicio por grandeza y superioridad del poder, que quiere que se enderecen las cosas de la tierra y que toma este servicio como una misión. Y una misión divina de la que se le exigirá cuentas, como en la parábola de los talentos”.

Muchas personalidades de la jerarquía eclesiástica destacaron en el siglo XX español, aunque su memoria ha quedado, sobre todo, vinculada al tiempo histórico que les tocó vivir. En el caso de don Marcelo, son precisamente su profunda interioridad y su permanente fidelidad a la Iglesia las que trascienden las circunstancias temporales. 

No en vano gozó del aprecio personal de san Juan Pablo II y del cardenal Ratzinger, tal y como se pone de manifiesto en esta biografía. Gozó de ese aprecio no solo por sus aportaciones doctrinales sino, sobre todo, por la exquisitez de su trato personal. Tal y como reconoce José Bono, don Marcelo sabía “hablar, conversar, preguntar y escuchar”. 

El político socialista llegó enseguida al convencimiento respecto al cardenal de Toledo que “cuando se le conoce, se le quiere”. Es una buena enseñanza para todos nosotros que, muy a menudo, podemos dejarnos llevar por las apariencias antes de emitir nuestros poco ponderados juicios.