Madeleine Delbrêl y las dos esperanzas

Se cumplen sesenta años de la muerte de la escritora y mística de la que el Papa Francisco habló en 2023 en una catequesis sobre la pasión por la evangelización

Antonio R. Rubio Plo

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Se cumplen los sesenta años de la muerte de Madeleine Delbrêl, fallecida el 13 de octubre de 1964. Es una escritora, mística y asistente social, de la que el papa Francisco habló en 2023 en una catequesis sobre la pasión por la evangelización. Esta mujer es un ejemplo de la Iglesia en salida a la que se refiere habitualmente el pontífice. Trabajó durante más de treinta años en un ambiente secularizado en la periferia parisina, el municipio de Ivry-sur-Seine, gobernado por los comunistas, donde ejerció como asistente social. 

Su profesión le llevó a reflexionar sobre las dos esperanzas, la comunista y la cristiana, en una conferencia pronunciada en Marsella en 1961 y dirigida a las religiosas de las congregaciones de acción hospitalaria y social. Ya apenas existen partidos comunistas del empuje e influencia de los comunistas franceses de aquella época, aunque el marxismo sigue siendo una referencia insoslayable en muchos de los populismos del momento actual y está presente en no pocas mentalidades en el día a día. Por eso, las reflexiones de Madeleine siguen siendo dignas de consideración.

La autora habla de dos esperanzas contradictorias. La comunista es inseparable de la acción táctica, pues esta doctrina pretende ser un sistema de acción. En cambio, la esperanza cristiana se basa en la caridad, y la caridad es una manifestación de la fe. Cabría añadir que, en la visión de Madeleine, la esperanza es a la vez un termómetro de la caridad y la fe, porque estas virtudes se quedarían en un plano teórico, y por tanto poco operativo, si la esperanza estuviera ausente.

La esperanza del comunista pretende ser la respuesta a las esperanzas de muchos seres humanos, abrumados por sufrimientos, carencias y privaciones. Todas las desgracias provienen de las injusticias económicas, pero la esperanza comunista contiene la promesa de que todo eso cesará y el hombre sufriente quedará satisfecho. El mundo sin pobres será un día en el paraíso, aunque Dios esté ausente. El mundo será solidario por sí mismos. La felicidad económica al alcance de todos. Se da la paradoja, como observa Madeleine, de que el comunismo es capaz de odiar a los hombres del presente por amor a la humanidad del futuro. La esperanza del comunista convencido es una esperanza de la espera, la expresión de una lucha que debe de continuar, aunque él no alcance a verla. De ahí esta cita de Máximo Gorki: “El que trabaja por el porvenir debe de privarse de todo en el presente”.

La esperanza comunista pasa por la creencia de que un día desaparecerá el sufrimiento. Cuenta Madeleine que al desear un feliz año nuevo a sus compañeras de trabajo comunistas, éstas le devolvían sus felicitaciones y le aseguraban que cada año transcurrido era un paso más hacia el objetivo final.

Además, Madeleine percibe otro detalle en la esperanza comunista, que, por cierto, no es exclusiva de esta ideología. Se trata de su amor filial por la naturaleza. La naturaleza es maternal y no causa daño al hombre. En buena y encierra dentro de sí todo lo que los científicos están llamados a descubrir. En consecuencia, conocer las leyes de la naturaleza es conocer las leyes de la felicidad. Esa visión de la naturaleza está muy relacionada con la evolución, con la transformación incesante de la vida.

Por lo demás, la esperanza cristiana viene de Dios. Es una esperanza sobrenatural, divina, y que nada debe a las esperanzas humanas. A diferencia de los comunistas, la Iglesia espera en Alguien, mientras el comunismo espera en sí mismo. Por eso, la esperanza cristiana es incompatible con el comunismo, que no lucha contra Dios, pues no cree que exista, sino contra la fe de los hombres, porque la esperanza en un Dios distrae y aparta al creyente de ese porvenir por el que los comunistas luchan y trabajan.

Pese a estas reflexiones, las conclusiones de Madeleine no caen en el maniqueísmo. Nos recuerda que los comunistas son también nuestros prójimos. Pero el verdadero encuentro con ellos no se realiza externamente, sino que ha de hacerse, sobre todo, en el interior de nosotros mismos. De otro modo, el encuentro será superficial y estará ausente de valores cristianos. Prosigue diciendo que, si nos alejamos de los comunistas, esto equivaldría a considerarlos indignos de la salvación de Jesucristo. Pretenderemos ser fieles a la fe, pero estaremos traicionando nuestra esperanza.

La esperanza del cristiano es inseparable de la caridad, pero, según Madeleine, la caridad no se puede separar de la bondad, no una bondad cualquiera sino la bondad de Jesucristo. De Él aprendemos a poner nuestro corazón a la escucha del corazón de los otros. Recomienda llamar al comunista que conocemos por su nombre, no reducirlo a una ideología o a un partido. Tenemos que llorar con los que lloran. Solo así nuestro corazón se parecerá al de Jesucristo.