Visibilizar la salud mental: ternura ante la fragilidad

El periodista Mario Alcudia reflexiona sobre el estigma que aún en la sociedad actual padecen las personas que sufren trastornos de salud mental

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Visibilizar la salud mental: ternura ante la fragilidad

Mario Alcudia

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Esta semana hemos celebrado el Día Mundial de la Salud Mental. El martes la Reina Doña Letizia recitaba ante los medios la letra de un conocido rapero madrileño con el deseo, decía, de que ese momento fuera una llamada de atención para tratar de concienciar a la sociedad sobre un problema tan importante.

Para que te hagas una idea de la dimensión del asunto, una de cada diez personas en el mundo vive con un trastorno de salud mental, el 11% de la población. Además, las estadísticas apuntan que una de cada cuatro personas tendrá un trastorno mental en su vida. Y un dato más, según la Organización Mundial de la Salud, los problemas de salud mental serán la principal causa de discapacidad en el mundo en 2030.

Desde el comienzo de su Pontificado, Francisco ha hecho un llamamiento a superar el estigma con el que a menudo se trata a quien padece una enfermedad mental; generar la sensibilidad social necesaria y el esfuerzo y aprendizaje que nos capaciten a ayudar a estas personas en su fragilidad.

En este sentido, hay que agradecer la labor de los profesionales sanitarios que trabajan en este campo; su compromiso para con estos enfermos. Y como no también, numerosas congregaciones religiosas especializadas en su atención haciendo de esta tarea no solo un trabajo cualificado, sino una misión verdadera, que se traduce en una gran ternura a la hora de acercarse a ellos.

Y es que la salud mental es uno de esos derechos humanos universales al que, por desgracia, no todo el mundo puede acceder. Por eso es importante que todos tomemos conciencia real de este problema, el dar visibilidad a uno de los grandes enemigos contra el bienestar de las personas y, por supuesto, apoyar a quienes luchan contra estos trastornos mentales.

Como pide el Papa nos toca como comunidad dar afecto a estas personas para que puedan encontrar esperanza y curación, y a sus familias para que en la Iglesia experimenten la calidez y la comprensión ante el sufrimiento que produce la convivencia con estas personas, con su enfermedad. Y como no, claro, nuestra oración; el pedir al Señor la fuerza necesaria para cargar con la cruz que en ocasiones supone vivir o convivir con esta enfermedad que provoca un agotamiento extremo, mental y emocional.