Relatan hechos sorprendentes sucedidos en un establo adosado a una posada de Belén hace 30 años

Buscando los orígenes de Jesús, nuestro enviado especial se ha alojado en la misma posada donde sus padres, María y José, no encontraron sitio en la fecha de su nacimiento

Pesebre

Manuel Cruz

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El viaje de Nazaret a Belén es largo y pesado, con sendas polvorientas, pedregosas y tortuosas, subidas y bajadas. He hecho el viaje con un grupo de fariseos y escribas que, por fortuna, llevaban consigo algunos rollos de las escrituras del Tanaj, que no tardé en pedírselas prestadas para conocer un poco la historia de esta tierra, sin perder de vista que mi objetivo era conocer por qué Jesús había nacido en Belén.

He sabido así que los padres de Jesús, es decir José y María, eran también naturales de Belén y que se vieron obligados a volver a su tierra natal para inscribirse en el censo, según lo ordenado por el emperador romano Cesar Augusto treinta años atrás. Lo más probable es que hicieran el viaje como yo lo estoy haciendo, es decir, dentro de una caravana de judíos que irían también a inscribirse. Lo más notorio de este pesado viaje, de más de 170 kilómetros, es que María se encontraba en avanzado estado de gestación. Supongo que iría subida en un asno mientras José camina a pié, a su lado y que , poco a poco, se quedarían atrás mientras la caravana avanzaba. Yo he podido conseguir un caballo y voy relativamente cómodo.

En uno de los rollos del Tanaj, el referido a los Reyes, he podido saber que la tierra por donde pasaba, formaba tiempo atrás un solo reino con el nombre de Israel y que Belén había sido la tierra natal del mítico rey David, del que descendía la familia de Jesús. Allí se narra que David, el segundo rey que Dios ofreció a su pueblo escogido después de Saúl, había cometido adulterio con la mujer de uno de sus generales, el hitita Urías, llamada Betsabé. El rey ordenó incluso a su ejército que colocase a Urías en primera línea de combate durante la guerra contra los filisteos, para que lo mataran, como así ocurrió. David pudo arrepentirse gracias a la intervención del profeta Natan, que le hizo ver su pecado y escribió unos bellos salmos que se incorporaron después a las Escrituras.

Su hijo Salomón, que hizo construir un hermoso templo en la cima de Jerusalén para custodiar las Tablas de la Ley, siguió en buena medida la senda pecaminosa de su padre, pese a que la fama de su sabiduría había traspasado las fronteras conocidas. En efecto, Salomón cayó en idolatría al casarse con numerosas mujeres paganas y adorar a sus ídolos, algo impensable en quien había hablado con el mismo Dios al que pidió humildad y talento para gobernar a un pueblo tan díscolo.Pero tampoco fue castigado directamente. Fue su hijo Roboan, heredero del Trono, el que sufrió las consecuencias de la disipación paterna al levantarse contra el Reino diez de las tribus de Israel que repartieron las tierras de Galilea y Samaria, al norte, mientras Roboán se quedó al sur, en Judá, donde se encuentra Jerusalén y cercano l pueblo de Belén, hacia el que me dirigía.

Esta pincelada histórica leída en las Escrituras que me prestó un escriba, despertó más aún mi interés al suponer que Jesús, como sus padres, eran descendientes de dos reyes pecadores por mucha fama que tuvieron en su tiempo. Cuando llegué a Belén y me alojé en la única posada que había, me llevé otra gran sorpresa. La pensión tenía varias habitaciones alrededor de lo que podría llamar un salon donde estaba instalada la cocina, a la cual estaba adosado un establo con algunas vacas y mulas.

Allí debieron alojarse José y María, que llegarían extenuados después de una semana de viaje. Le pregunté a la dueña, una mujer ya entrada en años, si recordaba qué había ocurrido a esa extraña pareja cuando le pidieron una habitación. Y, para mi sorpresa, me dijo que lo recordaba como si fuese ayer mismo.

Según me contó, el matrimonio no pudo alojarse en ninguna habitación porque cuando llegó todas estaba ocupadas. Pero ella misma, que entonces tendría unos treinta años, les ofreció el establo adosado a la cocina y por el que se accedía a través de una puerta discretamente cubierta por una cortina. José aceptó sin rechistar porque María ya estaba por dar a luz, como así ocurrió, en efecto, pocas horas después, sin ayuda de nadie y sin que se oyera grito de dolor algunos. El padre recostó al niño recien nacido en un pesebre, después de envolverlo en los pañales que llevaba preparados. Y a partir de ese momento, ocurrieron cosas más extrañas aún, de las que fue testigo la propia matrona que se quedó despierta por si necesitaban ayuda. Apenas habían pasado un par de horas, es decir, sobre las dos o las tres de la madrugada, llegaron unos pastores muy intrigados porque decían que un ángel de luz se les había aparecido en plena oscuridad del campo anunciándoles una granalegría: que en la ciudad de David había nacido un Salvador que es Cristo Señor y que lo encontrarán envuelto en pañales y acostado en un pesebre... Y, de pronto, otros muchos ángeles se le unieron alabando a Dios... Sin entender nada de esa aparición, los pastores dejaron a sus rebaños y subieron a Belén en busca del establo, que sin duda conocían porque eran del pueblo.

Todo esto lo recordaba la matrona sin mostrar sorpresa porque ya lo sabía toda la gente del pueblo. Pero lo que no podía esperar es lo que a continuación me relató. Que pasados unos días, antes de que al niño lo llevasen sus padres a Jerusalén para presentarlo en el Templo y ser circuncidado, según la costumbre, se presentaron en el establo tres importantes personajes llegados de lejos que decían haber visto la estrella que anunciaba el nacimiento de un Mesías Salvador y que le ofrecieron al niño Jesús unos preciados regalos, oro, incienso y mirra... Y todavía ocurrieron más cosas que sumieron al pueblo en una terrible tragedia. Lo contaré en mi próxima crónica, junto a otros acontecimientos que me dejaron maravillado...