Seguido por las multitudes, Jesús provoca el escándalo entre los fariseos

El nazareno se dedica a curar enfermos en sábado, en contra de las leyes judías

Seguido por las multitudes, Jesús provoca el escándalo entre los fariseos

Manuel Cruz

Publicado el - Actualizado

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No me ha costado mucho trabajo localizar al carpintero Jesús, el que convirtió el agua en vino en Caná. Me ha bastado seguir a un numeroso grupo de personas que se disponían a cruzar el lago de Galilea para llegar a Cafarnaún, un poblado costero situado en la otra orilla, cercano a la ciudad de Tiberiades, donde decían que estaba Jesús haciendo milagros.

Cuando lo encontré, Jesús estaba rodeado por una gran multitud entre la que sobresalían numerosos inválidos y enfermos de todo tipo. Era sábado y, para mi sorpresa, pude comprobar cómo muchos de ellos se curaban cuando se le acercaban, saltandose la barrera de sus más allegados servidores que trataban de protegerlo. Entre éstos, según pude averiguar, se hallaba un conocido judío llamado Mateo, despreciado por su actividad como recaudador de impuestos, una ocupación que está muy mal vista entre los israelitas por hacer el trabajo sucio de los ocupantes romanos, al tiempo que se había enriquecido personalmente.

Pero lo más asombroso ha sido que, después de curar a tantos enfermos, un pequeño grupo de sacerdotes fariseos salió de la sinagoga cercana para increpar a Jesús, al parecer escandalizados por el hecho de que curara a los enfermos un sábado, todo un desacato a las leyes judías que prescriben un descanso absoluto en ese día de la semana. Los fariseos se consideran a sí mismos los intérpretes legales de las leyes antiguas heredadas de Moisés, el legendario caudillo que se había criado como egipcio y que se alzó contra el faraón cuando descubrió sus ascendencia judía y se impuso la tarea de llevar a todas las gentes de su pueblo a la vieja tierra prometida por Yahvé a Abraham.

Por la Torá se sabe que Moisés fue elegido por Yahvé para dirigir a su pueblo, exiliado y esclavizado en Egipto desde los tiempos del legendario José, hijo del venerado patriarca Jacob, también conocido como Israel. Cuenta la Torá que este José había sido vendido por sus hermanos mayores, que lo envidiaban, a una caravana de egipcios que atravesaba las tierras donde pastaba su ganado. Con el tiempo, el muchacho se hizo muy amigo del faraón, al que solía interpretar sus sueños. Tanta confianza se forjó entre ellos que José llegó a ser un auténtico virrey. Su historia es muy recordada por la gente porque esa fue la causa de que las tribus israelitas acudieran a Egipto en un tiempo de sequía extrema y pudieran alimentarse por la abundancia de trigo que, gracias a la astucia de José, estaba almacenado para tiempos duros. El caso es que Moisés, después de matar a un soldado del faraón en defensa de un esclavo judío, huyó al desierto del Sinaí donde creyó oír la voz de Yahvé que le ordenaba sacar a todo su pueblo de Egipto.

Toda esta historia se narra con detalle en el libro del Éxodo, donde figura un hecho inaudito: la entrega de Yahvé a Moisés de los famosos Diez Mandamientos, es decir, la Ley en la que se fundamenta toda la vida del pueblo judío, orgulloso de haber sido elegido para dar a conocer la voluntad del Creador desde siglos atrás. Recuerdo esto porque, entre los mandatos divinos, grabados en piedra, figura, en tercer lugar, la obligación de no trabajar ni hacer ningún esfuerzo los sábados, salvo lo indispensable para comer lo cocinado el día anterior. De ahí el escándalo provocado por Jesús con sus curaciones en un día dedicado al recuerdo del descanso que Yahvé se tomó tras la creación del Universo y del hombre, tal y como se describe en el libro del Génesis.

El caso es que, ante la actitud airada de los fariseos, Jesús les reprochó a su vez que se sometieran a un supuesto precepto por encima de otro superior, el de amar al prójimo, diciéndoles además, que el Hijo del Hombre era el dueño hasta del sábado.

Escandalizados y sin entender qué significa lo de "hijo del hombre", los fariseos se retiraron del lugar murmurando entre sí qué podrían hacer contra ese loco de Jesús que desafiaba su autoridad y que, incluso, los ponía en ridículo, aunque no tomaron ninguna decisión por temor al pueblo que ya lo consideraba un profeta.

Hay que tener en cuenta, además, que los fariseos son, por lo general, gente astuta e instruida, pero vanidosa e hipócrita. Pertenecen a un movimiento político y religioso surgido dentro del judaísmo hace un centenar de años y su objetivo es imponer nuevas normas de conducta basándose en una tradición oral de varios siglos de antigüedad, aunque los más instruidos saben -y callan- que han sido inventadas por ellos para ejercer una auténtica tiranía sobre el pueblo llano. Suelen vestir ropas lujosas, se dejan crecer barba y cabello, y cuando acuden a la oración en las sinagogas se colocan unos mantos que le cubran la cabeza, con unas franjas azules en las esquinas de las que salen unos flecos o filacterias que se enrollan en los brazos para sentirse más vinculados a las leyes de Moisés. Es tal su influencia como partido religioso que han llegado a desautorizar al Sumo Sacerdote del Templo de Jerusalén. Jesús, sin embargo, no solo no los teme sino que son frecuentes sus enfrentamientos con ellos, como he visto personalmente en Cafarnaún y de los que trataré de hablar en otra crónica.