Recuperar la confianza
España es el tercer país con el índice de confianza más bajo del mundo y la Iglesia tiene que ayudar a corregir ese dato desde la comunicación
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España es el tercer país con el índice de confianza más bajo del mundo, por delante de Japón y Rusia, según el último informe Edelman Trust Barometer realizado por la consultora de comunicación Edelman.
En un análisis por sector, el informe establece que, los gobiernos, los medios de comunicación y las instituciones afrontan grandes niveles de escepticismo por parte de los ciudadanos. Un grado de desconfianza que ha aumentado 8 puntos con respecto a 2018.
Vivimos un tiempo de incertidumbre. Lo anticipó en su día el sociólogo Zygmunt Bauman en “Tiempos líquidos”. En general, la ciudadanía no cree en casi nada ni en casi nadie, algo que, se ha acrecentado en los últimos años. La posverdad y las “fake news” hacen que la sociedad demande más compromiso y transparencia a las organizaciones (entre ellas, la Iglesia).
Ante este escenario, el departamento de comunicación de estas organizaciones es más necesario que nunca. Es el que hace de enlace entre éstas y la sociedad, tiene la función de informar y de recoger la información relevante de afuera.
La principal misión de un comunicador es crear certezas. Las certezas tienen que ver con los hechos y requieren un clima de confianza. He aquí un espacio en el que tiene que actuar el departamento de comunicación de cada institución, Gobierno o empresa.
Contribuir a restaurar la confianza tiene que ver con los contenidos y las personas. Los primeros deben remitir a los hechos, estar avalados por datos a los que los stakeholders puedan acceder (transparencia y trazabilidad). La calidad de los contenidos se revela como algo muy importante a medida que se desarrollan nuevos canales de comunicación. En el caso de los segundos, los portavoces, deben moverse en el territorio de la autenticidad y la empatía.
En un entorno tan competitivo y cambiante, la profesionalización de la comunicación en las organizaciones es una condición sine qua non para meterse de nuevo a los ciudadanos en el bolsillo. Para comprobarlo solo hace falta ver las estadísticas de las compañías, Gobiernos e instituciones que ya lo han hecho.
La Iglesia es un agente más de este engranaje. Hay que afrontar este período de volatilidad con profesionalidad, humildad, amor hacia el contrario y transparencia. Es necesario que los ciudadanos se sientan atraídos por la Iglesia como Institución con mayúscula, como una organización con valores firmes.
El objetivo es claro: debemos regenerar la confianza.