La oración del día: San Vicente Ferrer
San Vicente Ferrar muere en 1419, con tal fama de santidad que el Papa le canonizó al poco de su tránsito al Cielo
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Hoy celebramos a San Vicente Ferrer, que vivió intensamente el signo de contradicción que trae la Cruz, que también es signo de unidad. Nacido en Valencia el año 1350, recibió una educación netamente cristiana por parte de sus padres, destacando su amor a la Virgen. Tras ingresar en los Dominicos, pronto mostró gran talento por lo que fue profesor de Filosofía en la Universidad.
No faltaron pruebas ni ataques del maligno que nunca le apartaron de su vocación, sino que fueron estímulo para que invocase al Señor pidiendo para que todos seamos uno como Cristo pidió al Padre en el Cenáculo. Apenado por la desunión existente en el seno de la Iglesia, pronto sintió el impulso de la Providencia de predicar. España, Francia o Italia son los lugares por donde anuncia el Evangelio, logrando grandes frutos.
Sus exhortaciones a pesar de ser muy largas, tocaban el corazón de las personas que, disfrutaban oyéndole. A pesar de que muchos predicadores de entonces buscaban su lucimiento, él siempre se pasaba largos ratos de oración pidiéndole a Cristo que Él fuese siempre el Eje de sus alocuciones para aprendiesen los otros de él como un verdadero testigo de todo lo que decía a los demás para su santificación
Sus exhortaciones a la conversión acercaron a Dios a muchas almas que se habían alejado del verdadero Camino. Los últimos tiempos de su vida, siempre se caracterizaron por un agravamiento de sus achaques y enfermedades, pero nada de esto le hizo perder el vigor que ponía al anunciar al Señor Jesús. San Vicente Ferrar muere en 1419, con tal fama de santidad que el Papa le canonizó al poco de su tránsito al Cielo. Hace tres años se celebró con un Año Jubilar el 600 aniversario de su fallecimiento entre el 2018 y el 2019.
Oración
¡Amantísimo Padre y Protector mío, San Vicente Ferrer! Alcánzame una fe viva y sincera para valorar debidamente las cosas divinas, rectitud y pureza de costumbres como la que tú predicabas, y caridad ardiente para amar a Dios y al prójimo.
Tú, que nunca dejaste sin consuelo a los que confían en ti, no me olvides en mis tribulaciones. Dame la salud del alma y la salud del cuerpo. Remedia todos mis males.
Y dame la perseverancia en el bien para que pueda acompañarte en la gloria por toda la eternidad. Amén.