El contingente español de la Orden de Malta en el Líbano, ante su momento de mayor intensidad espiritual
Las señoras atendidas en el Camp de Emergencia reciben la unción de los enfermos para “impregnarse del amor de Dios, que llena nuestros corazones”
Madrid - Publicado el - Actualizado
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El camp pasa, y se nota que pasa porque cada día estamos más felices y más tristes. Felices porque solo se puede ser instrumento del amor de Dios si antes uno se siente amado, si tiene una experiencia profunda de ese amor de Dios; y sin duda esa vivencia es la que crece en Chabrouh a medida que discurre el tiempo.
Tristes porque el pasar de los días apunta a la despedida, al final de la misión del contingente español, al regreso a casa ya este viernes; y comenzamos a recriminarnos cosas como no haber sacado el billete de vuelta para un par de días más tarde porque, al fin y al cabo, será fin de semana. Pero sabemos que tenemos que volver, no solo a continuar con nuestras obligaciones cotidianas, sino también a dar testimonio de lo que hemos visto y oído, de lo que hemos vivido, para que sean muchos los que escuchen la llamada del Señor a venir al Líbano para servir a nuestros señores y a nuestras señoras con aquel mismo espíritu con el que los fundadores de la Orden de Malta abrieron hace ya más de nueve siglos un gran hospital en Jerusalén.
Se trataba de un grupo de peregrinos provenientes de Amalfi que, habiendo llegado a la tierra del Salvador, muy cerca de aquí, para venerar los santos lugares, descubrieron la presencia del mismo Señor en la persona de otros peregrinos que arribaban física y moralmente destrozados a la ciudad santa, así como en aquellos enfermos y pobres que vivían habitualmente allí. Cuentan que, en aquella sacra enfermería, donde ya se comenzó a llamar a los atendidos “nuestros señores”, se les ofrecía en primer lugar ser escuchados en confesión por los capellanes, y solo después de aliviar su alma, eran curados y alimentados corporalmente en el que se considera en primer hospital tal y como lo entendemos hoy. El enfermo recibía cada día atención médica, pero también espiritual. La Misa se celebraba a diario y se leía las escrituras a los enfermos.
Fieles a aquella tradición, en nuestros camps no solo se vela con esmero por el cuidado médico y el trato humano a nuestros señores. También se les ofrece el encuentro sanador con Jesús, que igualmente quiso cargar con nuestros dolores y soportar nuestros sufrimientos.
Hoy hemos vivido uno de los momentos más emocionantes de nuestra misión en Líbano: la celebración del sacramento de la unción de los enfermos. Aquí adquiere un doble valor por cuanto no solo significa para ellos el ponerles en manos de Cristo, que los ama más que nosotros, para que les conceda alivio y salud; también cobra profundo sentido para nosotros, ya que en la misma celebración nos reconocemos colaboradores de ese amor divino por los enfermos, identificándonos con los signos de la oración y la unción. Así es, nuestro primer compromiso con quienes servimos consiste en rezar por ellos durante y después del camp, acompañarlos el resto de sus días con nuestras plegarias. La unción con el óleo de los enfermos representa para nosotros el modo en que debemos servir a nuestros señores, con la suavidad y la intensidad del aceite santo.
Durante el rito, cada ‘helper’ acompaña a su ‘guest’, sentándose tras él; ayudándole a hacer la señal de la cruz después de recibir el agua bendita que les recuerda su bautismo, o colocando las manos sobre sus hombros para la imposición de manos y la unción.
Aunque siempre participan en nuestros camps señores no cristianos, que por tanto no pueden celebrar este sacramento, ello no impide adoptar gestos que simbolizan nuestra oración por ellos y nuestro deseo de convertirnos nosotros mismos en signo del amor que Dios les tiene. Abuna Manolo acostumbra a manifestarlo con unas gotas de Álvarez Gómez y un beso en sus manos, que no pocas veces despierta los celos de quienes “solo” han sido ungidos con el óleo santo.
No existe mejor término para definir este momento de los camps que el de la misma “unción”. Todos nos sentimos impregnados del amor de Dios, que llena nuestros corazones y el de nuestras señoras.
Y hablando de impregnar, el cancionero español empieza a extenderse por estas tierras. A la versión en árabe del “Porrompompero” (cuya popularidad es muy anterior a nuestra llegada a Líbano), se añaden con particular esplendor el “Santa María Madre de Dios” al final de cada celebración de la Misa y el canto con el que acompañamos a nuestros señores a descansar en el camp español, el “Ven del Líbano”. Ambos ya se entonan a diario en Chabrouh, y hoy además hemos incorporado el “Nada te turbe” de nuestra santa andariega al inicio de la celebración de la unción.
Desde Chabruh, en el valle de Faraya del Monte Líbano, y para todos los lectores de Aleluya, les escribió la delegación española en el Camp de Emergencia de la Orden de Malta.
Mañana más, si Dios quiere.