Publicado el - Actualizado
2 min lectura
No se puede ocultar una luz, sino que se pone en el candelero para que alumbre así a todos los que viven en la casa, recuerda el Evangelio. Hoy es Sábado Santo, día de aparente oscuridad pero de gran Luz de vigilia esperando la Resurrección del Señor. La Iglesia vela ante el Sepulcro del Señor. Tal y como profesamos en el Credo después de morir en la Cruz y ser sepultado, Cristo descendió a los infiernos.
Y baja porque encadena al maligno ya que su Muerte es la derrota del pecado y del príncipe de las tinieblas que desafió a Dios cuando hizo caer en el Paraíso al hombre y la mujer. Por otra parte desciende al Seno de Abraham. Este lugar ya aparece en la Parábola del rico y del pobre Lázaro. Su sentido es que todos aquellos patriarcas y hombres buenos de la Antigua Alianza que se iban a salvar no podían subir la Cielo hasta que se consumase la Redención.
Por eso en este día de Sábado Santo baja a llevarlos a la Casa del Padre y clausurar ya esa espera de tanto siglos. En la Sagrada Escritura, los Hechos de los Apóstoles destacan que Cristo en su Muerte descendió a los infiernos. En el propio Libro se subraya que no permaneció en el Hades ni su Cuerpo experimentó la corrupción, tal y como dice el Salmo sobre las Viejas Profecías. También San Pedro, en su Primera Carta recuerda que las buenas nuevas de vida, fueron proclamadas a los muertos.
Este día es también Mariano por excelencia. El motivo es que los discípulos estaban abatidos, incluso pensando en volver a sus tareas. Entonces la Virgen les alienta acompañándoles en esa soledad que sentían. Por eso todo el año el sábado es el día dedicado especialmente a La Virgen. En esta jornada no se celebra tampoco la Santa Misa, pero sí se hacen predicaciones y retiros, acompañando especialmente a Nuestra Madre. Los enfermos son los únicos que reciben el Viático.