SANTORAL 24 OCT
San Antonio María Claret: campeón de las misiones
Antonio pasó tiempo en Cuba como arzobispo. Después, es llamado por Isabel II para ser su confesor. En la Corte y fuera, su vocación es clara: la santidad.
Madrid - Publicado el
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El Evangelio siempre presenta a los cristianos como luz del mundo y sal de la tierra allá donde quiera que estén. Eso le pasó al Santo y compatriota nuestro Antonio María Claret, cuya festividad celebramos hoy. Este campeón de las misiones nace en Sallent, en Barcelona. Su infancia está muy marcada por los acontecimientos en España. Napoleón ha secuestrado a los monarcas y el pueblo se levanta en armas. Logran que vuelvan los reyes, pero estos persiguen duramente a quienes aprobaron la Constitución de 1812.
Antonio trabaja en el telar de sus padres y conserva alguna devoción pero su religiosidad empobrece. Sí va a Misa y reza el Rosario, pero muy mecánico todo. Entonces relee el Pasaje en el que Cristo recuerda que de nada sirve abandonarse al mundo si uno arruina su vida. De pronto, se enciende su Fe y entra en el Seminario de Vic. La cuestión es saber qué le pide Dios. Así ingresa en los jesuitas llegando a la Casa Generalicia de Roma. Tras un tiempo, le dicen que no es su camino.
Retorna a su tierra y predica logrando grandes cambios de vida. Prueba de que sigue el plan de Dios es que el demonio le intenta chantajear y desmoralizar, sin éxito. Entonces, su capacidad de predicar y alentar a las almas le impulsa a fundar los Hijos del Inmaculado Corazón de María, popularmente llamados claretianos. El mismo demonio, irritado por sus logros espirituales, le proporciona un sueño terrible donde le felicita con rabia porque será arzobispo en Cuba. Aunque tenga la premonición por la pesadilla, ésta se hace cierta porque la Providencia Divina así lo había dispuesto.
En Santiago de Cuba visita la isla tres veces y toca los corazones ante tanta mafia y falta de Fe. Cuando está contento con la tarea, vuelve a España, ya que la Reina Isabel II pide que Claret sea su confesor y lo consigue. El arzobispo misionero le asiste y lo compagina con la asistencia a sus almas fuera de Palacio. La Reina es desterrada y Claret va con ella. Todo esto se ceba en él. Muchos creen que si el arzobispo está en Palacio contribuirá a los chismes e intrigas. Todo es mentira pero calumnia que algo queda.
Para abandonar esa situación, emprende un viaje a Roma con motivo de su jubileo sacerdotal y participa en el Concilio Vaticano I donde queda definida la Infalibilidad Papal cuando habla para definir un Dogma de Fe o abordar temas de moral cristiana. A su vuelta se queda en Francia, pero esas intrigas y cizañas se ceban con él y deberá huir a Fontfroide monasterio cisterciense, donde muere en 1870. Una vez fallecido algún tiempo después sus reliquias van a Vic y para entonces su carisma está extendido por todo el mundo. Pío XII le canoniza en 1950.