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Es imposible llegar a la Santidad sin haber tenido algún tipo de incomprensiones y contradicciones. No es necesario ser mártir, derramando la sangre. Basta con ver que los demás no entienden la forma de proceder y te hacen daño. Hoy, precisamente, recordamos a San Cirilo de Jerusalén, que sufrió calumnias durante toda su trayectoria. Nace en el seno de una familia cristiana en el año 315.
Su dulzura le hacía cercano a todas las personas que había a su alrededor. Mantuvo precisamente una gran amistad con San Hilario de Poitiers, así como San Atanasio. Su defensa en favor de la Fe, se hizo patente en el Concilio de Constantinopla del año 381. Nombrado Arzobispo de Jerusalén, mostró una dulzura mayor y en extremo, si cabe. Sin embargo, padeció multitud de incomprensiones, cuando tuvo que ser firme en la defensa de las verdades de Fe.
Su condena del arrianismo, que negaba la divinidad de Cristo, le condujo a ser desterrado, situación que sufriría en varias ocasiones. El haberse despojado de algunos bienes eclesiales para venderlos a favor de los pobres y necesitados, le valió una innumerable lluvia de críticas. Entre sus múltiples escritos, destacan algunas Catequesis. Uno de los temas abordados, será la Presencia Real y Verdadera de Cristo en la Eucaristía, en cada una de sus partes y partículas.
Cuando retorna de su último destierro, se encuentra la Ciudad Santa llena de divisiones y de graves dificultades. Él intentará reconducir la situación, orando y luchando en bien de la paz, la concordia y la armonía, así como esforzándose para que los que habían abrazado las herejías, volviesen a la senda la Fe. San Cirilo de Jerusalén muere en el año 386 en su misma Diócesis y es Doctor de la Iglesia.