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Una de las palabras de la Sagrada Escritura que más resuena en nuestros corazones es que Cristo no hizo alarde de sus categoría de Dios. Se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. En este sábado de la Primera Semana de Cuaresma, conmemoramos a San Modesto. Su vida hizo honor al nombre, pues siempre vivió en la más absoluta sencillez, tal y como presenta la Palabra de Dios al Señor.
Su ministerio como Obispo se desarolla en Tréveris por el Reino durante el siglo V. Al llegar a la Sede Episcopal se encuentra con un pueblo invadido y asolado por los reyes francos Melborco y Quildeberto. Todas estas realidades dan paso a un desorden social que conllevan las catástrofes bélicas. Todos estos problemas repercuten también en el orden moral. La relajación de costumbres en que se vive salta a la vista.
Se nota en todos los lugares. El propio Obispo se sentía desmoralizado al ver los retos que presentaba tan delicada situación. Pero no pierde la esperanza y acentúa momentos de ayuno y penitencia, orando diariamente largo rato por esta intención, que dará frutos. Poco a poco se va acercando hasta los hogares encontrando una tímida acogida que se irá convirtiendo en un momento de cercanía a los más pobres.
Los primeros que se beneficiarán de su labor caritativa. El ejemplo cunde en los demás hasta que este apostolado de contacto directo con las personas le abre las puertas cada vez de más casas. Los mismos que antes se mantenían indiferentes ahora buscan al Prelado con el fin de hallar respuesta a sus interrogantes. Es la puesta a punto del anuncio del Reino de Dios que ha llegado. San Modesto muere en el año 486.