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Muchos hombres y mujeres que han seguido la senda del Reino de los Cielo, llegaron de una forma prematura a Dios porque su existencia maduró muy pronto para la siega final. Hoy es la memoria del rey San Casimiro. Podría unirse a la trayectoria de San Luis Gonzaga, pero en este caso, en el mundo eslavo, no en el mundo occidental, en Italia. Nace en Cracovia, zona sur de Polonia, en el año 1458.
Su procedencia de una familia de estirpe real, profundamente religiosa, hace que reciba una esmerada educación cristiana. Además tuvo otras dos personas que le marcaron en su vida. El Padre Juan y el profesor Calímaco. Ambos coincidieron en destacar las virtudes que adornaron el alma santa de Casimiro. Con el deseo de agradar a Dios, el joven príncipe vivió con mucha sencillez en Palacio, algo que admiraban los demás.
Por la mañana solía despachar con su padre los asuntos del reino, para dedicarse por la noche a adorar al Santísimo Sacramento, al que tenía gran devoción. Tampoco faltaban en los momentos de oración, una profunda reflexión en torno a los misterios de la Pasión y Muerte de Cristo. Y gracias a ese trato sobrenatural, descubría a Dios en los pobres, con los que se gastaba en grandes obras de caridad.
Hasta tal extremo llevaba el mandato evangélico de quien quiera ser el primero que se haga el servidor de todos, que no se mostró nunca orgulloso, sino todo lo contrario. Renunció al matrimonio para vivir en continua consagración a la Virgen. También renunció a todos los derechos que le tocaban por su nobleza y dignidad. En plena juventud, San Casimiro enfermó de tuberculosis, muriendo en el año 1484 y dejando en todos un grato recuerdo de bondad y pureza de corazón.