San Ignacio de Loyola, granito de arena en la Contrarreforma
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Siempre ha habido luces a lo largo de los tiempos que han iluminado las épocas de dificultad o de decadencia. Hoy celebramos a San Ignacio de Loyola, cuya vida fue luz desde la Fe en el sendero del Renacimiento español. Nacido en Azpeitia (Loyola), en 1491, pronto murió su madre, criándole una nodriza esposa del herrero que trabajaba para su padre. Aunque éste trataba de guiar a su hijo hacia la vida eclesiástica, pronto mostró el joven Ignacio inquietud por la realidad caballeresca y militar.
Un día participa en la Batalla de Pamplona. Allí será herido en la rodilla, lo que le hace reflexionar sobre el interior del hombre. A partir de entonces abandona la lectura de libros de caballeros para leer libros sobre Cristo y las cosas de orden sobrenatural. Su conversión hacia Dios es total. Cuando sale de Loyola hacia Jerusalén, se detiene un tiempo en Montserrat donde se consagra a la Santísima Virgen.
Posteriormente se alojará en las Cuevas de Manresa donde empieza a poner por escrito sus experiencias de Fe, en unos escritos reflexivos que invitan a la oración y al cambio. Son los Ejercicios Espirituales. La dinámica es presentar al hombre Creado y cuando comete el pecado se recorre todo el Misterio Salvador pasando por el Antiguo Testamento A su vuelta, pasa por las universidades de Alcalá, Salamanca, haciendo el Doctorado en filosofía en París.
Al poco tiempo marcha con un grupo de compañeros a ponerse a disposición del Papa en Roma. Es el inicio de la Compañía de Jesús. Entregado de lleno al apostolado de la ayuda a los necesitados, queda patente su granito de arena en el Concilio Trento. De hecho como el Protestantismo había rechazado la Autoridad Papal, los jesuitas promovieron además de la pobreza, castidad y obediencia, el cuarto voto con la obediencia directa al Papa. San Ignacio de Loyola muere en el año 1556.