SANTORAL 30 SEPT

San Jerónimo: una gran mente de la Iglesia en el Concilio de Trento

Jerónimo estaba bien formado y era un estudioso. Dios le da una lección de humildad y le encarga una misión: traducirnos la Biblia.  

San Jerónimo: una gran mente de la Iglesia en el Concilio de Trento

Redacción Religión

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No todos los Santos han tenido el privilegio de estudiar y repasar hasta el final la Sagrada Escritura. Sin embargo el Santo de hoy San Jerónimo se empapó de la Palabra de Dios hasta la saciedad. Nace en Dalmacia el año 342. Sus padres son gente muy bien posicionada. No les falta dinero, ni riquezas. Pueden dar a su hijo de todo. Pero hay algo que quieren especialmente: una formación integral para Jerónimo. Y lo consiguieron.

Su conocimiento era tan grande que sus padres estaban satisfechos. Pero Dios aún tenía preparado más para Jerónimo. Precisamente, un día tuvo una visión de la que salió llorando. Se veía en el Trono de Cristo, que le pedía cuentas de su condición de cristiano católico y luego se pasaba todas las noches largos ratos leyendo a los autores paganos del mundo clásico. El toque había sido acogido por Jerónimo con dulzura, algo muy digno de aplauso porque el Santo tenía mal temperamento y era preciso que eliminase su soberbia.

Para ello, marcha al desierto a hacer penitencia y purgar sus culpas. A fin de cuentas, el Señor se compadece del que se humilla. A su vuelta, recibe la llamada del Papa. En un Concilio con los obispos, una de las dificultades que ve el Pontifice es que la Escritura tiene muchas traducciones imperfectas. Es necesario revisar bien y traducir la palabra de Dios al latín. Jerónimo se ha pasado ratos con las lenguas clásicas y ahora sí que la Providencia le coloca en el camino exacto para aprovechar sus conocimientos. Por esa razón, se le encomienda traducir a la perfección la Biblia del griego y del hebreo al latín.

Jerónimo se pone manos a la obra, pero se quiere situar en el contexto y marcha a Tierra Santa. Allí pasará sus últimos momentos este Padre de la Iglesia que muere en el año 420 dejando la Vulgata (así se denomina la traducción de las Escrituras al latín).

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