Calahorra, el Cristo de la Pelota, el pan del fin del mundo y un mirón en la catedral
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Año 298. Dos hermanos arrodillados en la orilla del río Cidacos a su paso por Calagurris, actual Calahorra, en La Rioja, lanzan al aire sus últimas posesiones, un pañuelo y un anillo que suben hasta perderse de vista en el cielo mientras ellos se miran por última vez, justo antes de que los verdugos hagan rodar sus cabezas. Son Emeterio y Celedonio, legionarios, portaestandartes de la Legio VII Gemina, la legión fundada por el emperador Galba y compuesta únicamente por soldados nacidos en Hispania. Los dos hermanos fueron martirizados porque se habían convertido al cristianismo y renunciado a adorar a dioses paganos.
Cuentan que sus cabezas fueron arrojadas al río y que, atravesando la roca conocida como Horadada de los Mártires, llegaron a la costa santanderina donde las recogería una lavandera y donde, convertidos en santos, San Emeterio y San Celedonio, terminarían siendo declarados patrones de Calahorra, de Santander y de algunas otras villas pasiegas.
En Calahorra, en el lugar donde fueron martirizados y decapitados, se levanta hoy la Catedral de Santa María, bellísima en su sencillez, en la que encontramos continuas referencias a los dos mártires y cargada de leyendas, desde “el pan del fin del mundo” al “Cristo de la Pelota”, con uno de sus brazos clavado a la Cruz y el otro caído a lo largo del cuerpo.
Cuenta la leyenda que Jesús bajó ese brazo para señalar al autor de un homicidio cometido durante un partido de pelota y que, desde entonces se lo conoce como el Cristo de la Pelota. Otros aseguran que tiene el brazo descolgado porque esa figura representa el momento en el que es bajado de la Cruz.
Otra historia que los calagurritanos cuentan de generación en generación tiene que ver con la Puerta de San Jerónimo y una figura de la Virgen rodeada de dos santos, uno de ellos lleva un pan en la mano y dicen que cuando el pan, “el Pan del Fin del Mundo”, se le caiga de la mano, ese será el día en el que el mundo se acabe.
Mientras tanto, en un fascinante tampantojo que engaña de manera asombrosa al ojo, El Mirón se asoma al balcón pintado en el siglo XVII, cuando las imágenes en tres dimensiones no eran siquiera un sueño, pero que su manejo de la perspectiva permitía crear fantasías como esas, en las que el ojo no ve un mural, un cuadro, con un balcón pintado, sino un realista balcón suspendido sobre nuestras cabezas, desde el que, tras la celosía, nos observa con curiosidad el mirón.
Una catedral espectacular en un lugar excepcional en el que las leyendas nos asaltan a cada paso, como cuando nos encontramos con “La Matrona”, figura que nos traslada a la época de Pompeyo.
Dicen que Pompeyo, enfurecido porque Calaguirris se había posicionado en contra suya y al lado del general Sertorio, sitió la ciudad decidido a conseguir que todos sus habitantes se rindieran o murieran de hambre y sed. Una mujer sobrevivió a todos sus vecinos y, a pesar de su extrema debilidad, cada día iba casa por casa encendiendo los hogares para engañar a las tropas romanas haciéndoles creer que muchos calagurrianos seguían con vida. Cuando finalmente los soldados entraron y arrasaron la ciudad, la encontraron encendiendo el último fuego justo antes de caer muerta de hambre.
Hoy, una estatua nos recuerda a esa Matrona que, a caballo entre la realidad y la leyenda, representa la resistencia de Calahorra, un pueblo que lleva escribiendo su historia desde la Edad de Hierro.