La Cueva de los Verdes y los extraños seres vivos del Túnel de la Atlántida, único en el planeta
Su nombre lo recibe de unos pastores que la utilizaron en tiempos no muy remotos y que llevaban ese apellido
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La Cueva de los Verdes es uno de esos lugares impresionantes e inquietantes que hay que visitar cuando se viaja a Lanzarote.
Tal vez lo menos interesante sea su nombre “de los Verdes”, porque lo recibe de unos pastores que la utilizaron en tiempos no muy remotos y que llevaban ese apellido. Lo más espectacular es la cueva en sí y las leyendas que la rodean.
Hace muchos miles de años, casi en la noche de los tiempos, cuando el infierno pareció abrir sus puertas, uno de los volcanes de la considerada como mítica Atlántida, el Volcán de la Corona, entró en erupción y a medida que sus coladas de lava se iban enfriando, fue dejando tras de sí unas espectaculares galerías. Son 7 kilómetros de grutas, pasadizos, pozos y lagos subterráneos, desde la base misma del volcán hasta adentrarse kilómetro y medio en el mar, un tramo bajo el agua que es el mayor tubo volcánico sumergido del planeta y que recibe el evocador y legendario nombre de “Túnel de la Atlántida”, en el que habitan seres de origen antiquísimo que no existen en ningún otro lugar del mundo.
La entrada de la cueva se encuentra en un valle, como en medio de la nada, y cuentan que los primeros habitantes de la isla la utilizaban para resguardarse y que mucho más cerca, en el tiempo, lo hacían para esconderse de los piratas y de los negreros tratantes de esclavos.
Si ahora, con todo el juego de luces que iluminan el recorrido, hay momentos en los que produce escalofríos, inquieta pensar cómo debió ser en aquellos tiempos, cuando la lava estaba casi caliente todavía, adentrarse en profunda oscuridad en la zona conocida como “el infierno”, con todo tipo de formaciones rocosas que arrojan sombras dignas del averno.
La naturaleza, hacedora de auténticas maravillas, ha permitido que la lava cree espacios tan especiales como el del recoleto auditorio que se encuentra en medio del recorrido y que tiene una acústica tan especial que permite organizar conciertos en los que los instrumentos, especialmente los de viento, tienen un sonido único.
Allí, sentados, es inevitable mirar alrededor, intentando descubrir el fantasma del “vigilante de la cueva” e imaginar que, tal vez, él se siente cada noche en una de las sillas de ese auditorio para contar, como si fueran estrellas, las rocas de la cúpula.
Dicen, entre la realidad y la leyenda, que allí trabajó no hace mucho, un vigilante que aseguraba ser descendiente de “Los Verdes” y que vivía permanentemente en la cueva porque decía que aquel era su hogar y allí lo encontraron muerto una mañana, con una media sonrisa en los labios y los ojos fijos en las rocas.
Si hacemos caso a las gentes de la zona, en las noches tranquilas y sin viento, de la cueva sale la voz de un hombre, tranquila y acompasada y es, dicen, la voz del “vigilante de la cueva” contando historias de volcanes, mundos submarinos, continentes perdidos y piratas.