Palacio del Infantado y los secretos del lugar donde Felipe II se casó con la novia de su hijo
Todo en él resulta grandioso, ostentoso incluso; cada sala es una sorpresa, pero es su Patio de los Leones el que nos deja sin palabras
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Íñigo López de Mendoza, duque del infantado, ordenó construir “un palacio para acrecentar la gloria de sus progenitores y la suya propia” y lo consiguió porque el Palacio del Infantado, también llamado Casa de los Picos, en Guadalajara, es un derroche de arte.
Todo en él resulta grandioso, ostentoso incluso. Cada sala es una sorpresa, pero es su Patio de los Leones el que nos deja sin palabras. Hay que situarse en el centro para deleitarse con el espectáculo que nos ofrece ese bosque de columnas y los detalles de docenas de leones que parecen idénticos, pero que todos son diferentes…
Si cerramos los ojos, podemos imaginar las fiestas fastuosas que se celebraron en ese mismo lugar a lo largo de la historia.
Aquí es donde, en 1560, se consumó la “felonía” de Felipe II de robarle la novia a su propio hijo, el príncipe Carlos, porque, en este mismo patio, se casó el rey con Isabel de Valois convirtiendo a aquella adolescente de catorce años en su tercera esposa con la que, por respeto a su extremada juventud, tardó un par de años en consumar el matrimonio, algo que no le debió crear muchos problemas al rey porque cuenta la historia que Felipe II era un poco zascandil y que tenía amantes por todas partes.
Isabel, que, a pesar de su corta edad, había estado prometida en tres ocasiones, ya se había casado con él por poderes en París, pero fue aquí donde Felipe II, que solo la conocía por fotografía, quedó prendado de su belleza y se enamoró perdidamente de ella.
Cuenta la historia que Guadalajara se engalanó como nunca antes se había visto para celebrar los esponsales del rey. Hablan de banquetes, corridas de toros, festejos de todo tipo… Incluso de un bosque artificial al lado de la ermita de la Virgen del Amparo, creado para sorprender a la joven reina y a la corte.
Admirando la belleza de este palacio, es inevitable preguntarnos qué pasaría por la cabeza del Príncipe Carlos al ver como su padre le “robaba” la novia que le estaba destinada, porque Enrique II de Francia y Felipe II de España, habían acordado el matrimonio de Isabel de Valois con el príncipe, pero como este presentaba problemas mentales crecientes tan serios que lo descartaban como sucesor al trono y como el rey necesitaba con urgencia otro heredero, Felipe II decidió cambiar de planes y casarse él mismo con la joven princesa que, tiempo atrás, habían comprometido con Carlos.
Cuentan que la locura creciente y manifiesta del príncipe, encerrado en sus aposentos por orden de su padre, aumentó después de ese matrimonio y las malas lenguas, hablan de que Carlos estuvo enfermizamente enamorado de la reina, de aquella novia con la que nunca pudo casarse, hasta el día de su muerte.
Los suspiros del príncipe por su madrastra, trascendieron los muros de palacio y autores como Schiller en su obra “Don Carlos, Infante de España”, en la que Felipe II no sale muy bien parado como padre, convirtieron un rumor de malas lenguas en un romance que los historiadores niegan rotundamente.
Isabel de Valois, la reina que nunca repetía vestido y que, con su juventud y atractivo, cautivó el corazón de Felipe II, murió con solo 23 años tras un parto prematuro y tan solo nueve años después de haberse casado en este palacio que hoy alberga el Museo de Guadalajara.