Tiedra, para vigilar las estrellas desde una cama de lavanda y el “vinagre de los cuatro ladrones”

Descubierta como planta medicinal por los persas según unos y por los romanos según otros, cobró especial relevancia en la época en la que la peste negra asolaba Inglaterra

Tiedra, para vigilar las estrellas desde una cama de lavanda y el “vinagre de los cuatro ladrones”

Ana L. Quiroga

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Dicen los expertos que la lavanda es el perfume más antiguo conocido. En Egipto, era considerado un artículo de lujo al alcance de las familias más nobles. Cuenta la leyenda que Cleopatra aromatizaba con sus flores la leche de burra en la que se bañaba a diario, que con lavanda hizo perfumar las velas del barco que la llevaba a su primer encuentro con Marco Antonio y que, por el perfume que emanaba, el general romano supo de su llegada mucho antes de que el barco estuviera a su vista.

En Roma se le adjudicaron propiedades protectoras y aseguran que los legionarios llevaban entre sus pertenencias pequeños saquitos con sus flores que, además, contribuían a disimular el olor que acumulaban tras sus largas campañas.

Descubierta como planta medicinal por los persas según unos y por los romanos según otros, cobró especial relevancia en la época en la que la peste negra asolaba Inglaterra, al ver que los enterradores, a pesar de estar en contacto con personas fallecidas por la epidemia, eran el colectivo con menos muertes propias. Cuentan que, para protegerse, fueron ellos quienes empezaron tomando infusiones de lavanda y frotando sus cuerpos con ella. A medida que la peste avanzaba, a la lavanda le añadieron aguardiente o vino, creando una pócima conocida como “vinagre de los 4 ladrones” y popularizada a la sombra de su fama como protectora contra la enfermedad.

Tiedra, para vigilar las estrellas desde una cama de lavanda y el “vinagre de los cuatro ladrones”

Fotografía: Luis Pérez Pujol

Convertida en fragancia de culto por los perfumistas de todas las épocas, las flores de la lavanda, nacidas según otra leyenda de las lágrimas de la reina de las hadas, llevan siglos pintando de verde y lila extensos paisajes durante los meses de verano.

En la localidad vallisoletana de Tiedra, a caballo entre los Montes Torozos y la Tierra de Campos, el mes de julio convierte el entorno en una explosión de fragancia mientras la vista se recrea con el extraordinario lienzo de color que se pierde en el horizonte, ganándole terreno a los campos de trigo que lo cubrieron durante siglos. En el Cerro de la Ermita, allí donde en tiempos pasados se aposentó una tribu celta y más tarde los romanos fundaron la ciudad de Amallobriga, ahora hay campos de lavanda.

Tiedra, para vigilar las estrellas desde una cama de lavanda y el “vinagre de los cuatro ladrones”

Fotografía: Luis Pérez Pujol

El color violeta de las flores, sirve como vistosa alfombra al espectacular Castillo de los Téllez de Meneses que el rey Alfonso IX de León ofreció a doña Berenguela como compensación tras haber conseguido la nulidad de su matrimonio y que fue pasando por numerosas manos en las que, además de función defensiva fundamental por su situación fronteriza entre los reinos de Castilla y León, se utilizó como palomar y también como prisión, tal como nos recuerdan las mazmorras que ahora podemos visitar en una realista recreación.

Tiedra, para vigilar las estrellas desde una cama de lavanda y el “vinagre de los cuatro ladrones”

Fotografía: Luis Pérez Pujol

Es la historia de Tiedra, donde su planetario nos permite, casi tumbados sobre la cama violeta de sus flores de lavanda, descubrir y vigilar las estrellas, todo bajo la protección de Nuestra Señora de Tiedra Vieja, con fama de milagrosa y con una curiosa colección de exvotos enviados por personas que se recuperaron de distintas enfermedades tras encomendarse a ella.

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